El pecado de Giovanni

Renato Norel Luza Zegarra

La tarde era gris, la lluvia menuda que lo mojaba todo, caía incesante sobre el asfalto; la gente corría de un lado a otro para resguardarse, los automóviles pasaban veloces hacia sus diferentes destinos. Yo me encontraba, como era costumbre en las tardes de invierno, degustando de una buena taza de café en un restaurante muy concurrido de la ciudad, sintiendo en mi paladar la delicia que ofrece un buen sorbo de café cuando el frío es intenso, para luego sentir ese cosquilleo caliente recorrer cada parte de mi cuerpo escuálido, más hueso que carne, por las vicisitudes de la vida misma y lo difícil de encontrar comida más a menudo; la creciente crisis económica que azotaba el país se dejaba sentir hasta en los bolsillos de los más adinerados. Estaba por terminar mi café e irme de aquel lugar cuando de pronto levanté la cabeza, mis enormes ojos verdes no daban crédito a lo que miraban. De un automóvil moderno bajaba el ser más hermoso y maravilloso que jamás pensé que existiría, ella descendió del auto elegantemente ayudada por el hombre al cual acompañaba, para luego caminar sobre la vereda contoneando finamente sus muy acomodadas caderas. Un nudo se apoderó de mi garganta y un frío muy húmedo corrió por todo mi cuerpo, empecé a sudar y no por el café ingerido, sino porque mi corazón estaba que saltaba de mi pecho como si se fuera a salir de él; la verdad, me había enamorado, era amor a primera vista, nunca pensé que me enamoraría de alguien a quien no conocía y eso que ya tenía mucha experiencia en el arte del amor. Terminé mi último sorbo de café, cuando ella ingresaba al restaurante acompañada del hombre, de pronto tomaron rumbo a una de las mesas que se encontraban cerca de la barra donde yo estaba, sentí miedo, vergüenza que ella me mirase ya que no estaba en las mejores condiciones para que me conociese, salí raudamente del lugar y me quedé en la calle desde donde la observé, no había duda, era maravillosa, su fineza al comer el buen filete de pescado que le habían servido, para luego beber una gran taza de café. El hombre con el cual iba la mimaba sin escatimar sus caricias y la gente que estaba en el restaurante la miraba sorprendida ante tanta belleza concentrada en un solo ser.

Después de estar esperando bajo la lluvia unos cincuenta minutos y observándola con asombro, ella y el hombre dejaron el restaurante. Me escondí detrás de un poste de alumbrado público, miré como el hombre la ayudó a subir al auto para luego alejarse entre la fila de vehículos que desfilaban sobre la pista, de pronto perdí de vista el auto y empecé a caminar como un zombi, hechizado por ella, tenía que conocerla, saber dónde vivía, como se llamaba. Esa noche no pude dormir, toda la noche me pasé imaginándomela a mi lado, haciéndole caricias, jugando con ella, sintiendo el calor de su hermoso cuerpo.

Al día siguiente acudí al restaurante para ver si nuevamente la encontraba ahí, pero no se apareció; los días pasaban y yo siempre parado junto a la puerta del restaurante para ver si mi amada acudía nuevamente, pero no, ella no se aparecía, ya no tenía fuerzas para mantenerme en pie, no dormía, no comía, solamente pensaba en ella, me reprochaba el no haber seguido al automóvil para saber donde vivía y así de esta manera tener la esperanza de conocerla y que ella se fijara en un pobre montaraz como yo.

Cuando perdí las esperanzas y pensé que de repente sólo fue un sueño el haberla visto, un automóvil azul cielo paró frente al restaurante y de repente ella estaba ahí frente a mis ojos, no lo podía creer, no había sido un sueño que por instantes se tornaba en pesadilla el no conocerla, el mismo hombre con el cual vino la primera vez la acompañaba. Me quedé tan impresionado de verla ahí frente a mí, que no me acordé que me daba miedo y vergüenza de que me conozca, ella pasó a mi lado y yo sentí su aroma, su olor, realmente era más bella de cerca que a cierta distancia, al pasar junto a mí, ella me miró de soslayo, me quedé mudo de la impresión, me había mirado, ¡se fijó en mí!, pensé, ¡sabe que existo!, tengo esperanzas de que en algún momento sea mía, me decía a mí mismo. Esperé fuera del restaurante observando sus movimientos, cuando me percaté que el hombre llamaba al mozo para pedirle la cuenta y luego cancelarla, me impacienté, no podía dejar pasar la oportunidad para saber dónde vivía mi amada, así que empecé a idear la manera de cómo seguirlos. De pronto observé el automóvil en el cual había venido, me acerqué sigilosamente sin que nadie me viera, y me percaté que la maletera estaba mal cerrada, volví la cabeza mirando hacía todos lados, para ver que no me estuvieran viendo y de un salto ingresé a la maletera la cual cerré muy despacio; al cabo de unos minutos, sentí como el auto se movía al sentarse el hombre y luego mi amada, después de un momento el coche inicio su marcha. Yo me quedé casi sin moverme, no me importaba estar incómodo, solamente el pensar que muy pronto estaría conociendo la casa en la cual ella pasaba los días era para mi gratificante, hasta el punto de no sentir el adormecimiento de la parte inferior de mi cuerpo. Habrían pasado unos treinta minutos de camino, cuando el auto paró su marcha definitivamente, el hombre bajó del automóvil y luego escuché que dijo ¡vamos Michelle!, ya llegamos a nuestro hogar. Escuché luego el ruido de Michelle bajando del vehículo. Se llama Michelle, que hermoso nombre, es una dama, en cambio yo tengo un nombre tan feo, que sólo puede pertenecer a mi clase, cuando la conozca y presente ante ella no le puedo decir que me llamo Giovanni, es un nombre muy corriente, tengo que pensar en que nombre le diré, pero por ahora me tengo que concentrar en cómo salir de aquí.

Esperé un buen rato para estar seguro que nadie estuviera cerca del auto, al estar seguro, abrí sigilosamente la tapa de la maletera, observé que nadie estuviese afuera, que sería si me encuentran saliendo de la parte trasera del automóvil de mi amada, sería un escándalo y definitivamente la perdería ya que nadie me creería que me metí al auto para conocer la casa de Michelle, por el contrario todos pensarían que lo hice por robar y con la traza que tengo nadie estaría a mi favor, así que me aseguré bien y luego salí lo más rápido que pude del vehículo.

Me escondí en el jardín y toda la tarde esperé frente a la casa en vano que se asomase al balcón mi amada; ya de muy noche sintiendo frío y estando de hambre tuve que marcharme a mi humilde posada, pero estaba vez regresaba feliz al callejón ya que sabía dónde vivía.

Al día siguiente muy temprano me bañé, algo poco común en mí, me peiné lo mejor que pude y salí decidido al encuentro con mi dama, dispuesto a conocerla y que se enamorase de mí. Después de mucho caminar, casi al medio día por fin llegué, me quedé parado frente a la casa, dudé un momento en quedarme allí; de pronto, al estar ya para irme, la miré, estaba más linda que el día anterior, ella salía de la casa, no sé si para hacer ejercicios o simplemente a recorrer la calle, me miró de frente, yo estaba nervioso, pero controlé mis nervios y antes que ella sintiera miedo e ingrese a su casa corriendo asustada por mi presencia, me acerqué y le dije, ¡hola!, me llamo Giovanni y desde la primera vez que te miré, no he vuelto a ser el mismo, ¿Por qué?, me preguntó coqueta echando su cabeza hacía atrás. Por tu belleza natural, eres el ser más bello que he visto en toda mi vida; ella me miró bajando la mirada y me dijo con una sonrisa cómplice, me llamo Michelle, que hermoso nombre, le contesté, haciendo como si fuera la primera vez que escuchaba su nombre.

Toda la tarde la pasamos juntos conversando, de nosotros, de la primera vez que la miré, ella me confesó que también me había visto aquella tarde en el restaurante y que le pareció algo gracioso que salga rápidamente de ese local solamente porque no era de la misma clase social de ella. Cuando nos dimos cuenta de la hora ya era tarde, hacía mucho tiempo que el sol se había ocultado, me despedí muy emocionado, quedamos en vernos al día siguiente; esa noche me sentí tan feliz que hubiera regresado una y otra vez a su casa caminando sin parar. Y así nos seguimos viendo por el transcurso de dos meses, todas las tardes en el jardín de su casa, luego de los cuales le declaré mi amor y ella me aceptó. Sentí como si estaría en el Edén y ella fuera mi Eva y yo su Adán, el mundo se había detenido para los dos, nos amábamos y así pasaron unas cuantas semanas más.

Pero como todo lo bello es efímero y este mundo es imperfecto, un día al llegar a su casa la encontré con otro, el cual estaba disfrutando de sus caricias, las cuales eran mías, me enfurecí; mi razón no aceptaba lo que mis ojos miraban, por un instante quise ir a donde se encontraban e increparle a ella su mal proceder, y a él darle de golpes con toda la fuerza de mi cuerpo, pero me controlé, pensé que lo mejor era esperar y que ese ser inmundo que había venido a romper la armonía perfecta que había entre ella y yo se marchase. Esperé un largo rato, de pronto los infieles se despidieron, él tomó su rumbo, luego tomé fuerzas dentro de mi desengaño y fui donde se encontraba ella, la saludé como era costumbre, ella respondió a mis caricias sin el mayor remordimiento, y nos empezamos a besar, fue tanta mi ira que intempestivamente la tomé por el cuello y lo apreté con todas mis fuerzas mientras mis ojos se inundaban de lágrimas, ella no pudo decir nada para defenderse, solamente su cuerpo se sacudía porque la vida lo abandonaba. Después de un instante, cayó sobre el piso frío y húmedo, la miré, estaba muerta, mi dama estaba muerta, entre lágrimas la jalé hacía el jardín y la oculté, tenía que deshacerme del cadáver. De repente se me ocurrió dejarla bien envuelta a lado del bote de basura, para que en la mañana se la llevasen los del carro basurero; esperé a que oscureciese, me percaté que nadie estuviese curioseando por la avenida, sobre todo esas viejas amas de casa que lo único que hacen es preocuparse de lo que pasa en la calle menos de lo que ocurre dentro en su casa, salí del jardín busqué dentro del bote de la basura y hallé un costal lleno de aserrín, vacié el contenido para luego proceder a envolver el cadáver de mi dama; lo envolví lo mejor que pude y antes de envolver su cabeza le di un último beso, del cual ya no tuve respuesta suya, sus labios fríos me recordaron mi barbarie.

Ya iba amanecer, la saqué del jardín y la dejé en el sitio planeado; me oculté, no tardó mucho en llegar el carro basurero, el cual recogió la basura de la calle y se la llevó, miré como se la llevaron, luego me fui caminando por la avenida. Desde ese día no he vuelto a ser el mismo, porque desearía pagar por mi crimen; a veces pienso que los gatos deberíamos tener leyes como los humanos, para que me encarcelen y así pagar por el crimen de haber matado a la gata siamesa de los enormes ojos azules.