El volcán

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En Arequipa  había un niño que vivía cerca del volcán Chachani  por el  año 1695, este pertenecía a una familia muy humilde y que debido al servicio militar que su padre ofrecía por trabajo, tuvieron que trasladarse al Cusco.  Una vez allí su padre tuvo que dejar a su esposa y a sus hijos por unos días. El niño tiene tanta fe en su padre.
—Mi papá es valiente, con su arma derrota a cualquiera.
En ese pequeño corazón no había miedo de perder a su papá en la guerra, este era su héroe. Admiraba mucho a su papá, era su inspiración para  cuando sea grande quería ser igual que  él, en casa su hermano mayor Elmerd quedo al cuidado de la familia.
Pasaron unos meses y llegó la noticia que hizo llorar mucho a su madre,  su padre no sobrevivió  de  la guerra, su familia sufrió demasiado, el niño no perdía la fe de que su héroe regresaría a casa por lo que no lloro en ningún momento. A los pocos días trajeron el cuerpo al pueblo donde radicaban y lo iban a incinerar, cuando vio el cuerpo de su padre se decepcionó tanto que comenzó a madurar la realidad que vivía, comenzó a tener miedo y su silencio profundo asustaba.
Pocos días después su hermano mayor alistaba sus cosas igual  como lo hizo papá, tuve tanto miedo que le pasara algo que me abrase de su cintura para pedirle que no se fuera, fue inútil mí tristeza y mi llanto, él dijo:
—Si no voy ahora nuestra familia no estará a salvo, papá no hubiese querido eso.
Mi madre lo esperaba con un atado de queso con choclo y un poco de chicha para el camino, no cruzaron palabra alguna, ni hubo despidos, todo era como si solo iría a cortar la alfalfa.
Una tarde, llegó un carro del ejercito mi madre salió apurada con la esperanza de ver a Elmerd, por mi parte me tape los oídos para no escuchar nada, pero lo que debí de tapar son mis ojos. Cuanto dolor sintió la familia cuando vio a Elmerd ser cargado por sus compañeros y puesto en una silla de ruedas, mi hermanito estaba como un bebe que necesitaba mucho cariño porque este se desmoronaba de la tristeza. Ya no podía caminar y su Madre tenía que vender sus pertenencias, trabajar más lavando ropa y limpiando casas, tuvimos que regresar a Arequipa y mi hermano tenía que vender caramelos en la calle cerca de la plaza de Armas para poder mandarme al colegio.
Mi hermano una tarde quedó en cama, me pidió agua y un poco de papel higiénico, el cuarto era helado por las calaminas y el ruido del viento soplando las bolsas que taconeaban los agujeros de las paredes eran molestosos, mi nariz sufría cada tarde los olores terribles de ese cuarto humilde que luego de curtirse ya no sentía olor alguno, en el colegio me decían que olía mal, bueno también me bañaba dos veces a la semana, mamá decía que puedo enfermarme como mi hermano. Cada mañana mi hermano tocia mucho y mamá le frotaba la espalda, ya no salía a vender caramelos y era para mí una tortura verlo cada tarde triste y enfermo.
Una mañana mamá estaba muy bonita como cuando estaba vivo papá, incluso nos fuimos a vivir a casa de una tía, la situación estaba mejorando aunque mi hermano aún seguía enfermo, al cabo de unos días note a mamá que salía mucho de noche, luego venia un señor a visitarla a la casa de mi tía, a mí nunca me decían las cosas que pasaban en casa, sentía que no era importante y que mis opiniones no valían. Una tarde mamá me llevo a comprarme un lindo terno, eso era raro debido a la necesidad que pasábamos, ella me vestía diciendo: eres igual a tu padre y es esta orgulloso de ti, y lo va a estar más ahora que te comportaras como un hijo con tu nuevo papá, él nos quiere y todo será mejor para ambos, en ese momento mi corazón se helo y mis palabras se atascaron en mi garganta,  no lo tome bien sentía que traicionaría a papá y escape de casa. El niño se quedó solo en la calle esperando un milagro y camino a su antigua casa a las faldas del  volcán donde las cenizas  de su padre fueron arrojadas y  con el viento el observó como se formaba  el espíritu de su padre.
Le dijo:
—Hijo regresa a casa que yo te cuidaré.
—No padre no puedo traicionarte así —le contestó.
—No me traicionas me hacen sentir feliz en el lugar que estoy.
En eso despierta  desconcertado si fue un sueño o realidad pero tenía tanta paz en el corazón que le hizo regresar a casa.
Todo estaba en silencio y vio a su madre entre lágrimas de desesperación, en cuanto lo vio  lo abrazo y le dijo que no volviera hacer eso, el niño tan feliz le dijo:
—No  lo volvería hacer, porque ahora tengo  una misión, el de cuidar de mi hermano y ser como ese héroe que vi cruzar la puerta de la casa con su fusil en mano, orgulloso de su familia y de su trabajo por defender lo que es nuestra sangre patriota, yo haré lo mismo cuidando de quien dio su vida por estas tierras.

Seudónimo: LDFA