El libro de los recuerdos

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La brisa de esa madrugada golpeaba con suavidad el rostro de Ester anunciándole que los días de ocio tan anhelados habían llegado. Ella se asomó a su ventana y observó tras el cristal que unos diminutos pájaros se posaban sobre el gigantesco árbol del jardín y movían al unísono su cabeza de un lado al otro como si estuvieran en una presentación de villancicos. Ester soltó una sonrisa y de un salto se colocó firme sobre el pavimento, se restregó la comisura de sus parpados y abrió sus pequeñísimos ojos marrones. En ese momento, ella no vio el ropero con una aglomeración de ropas de distintos colores sobre ella, sino una pila enorme de cosas que siempre quiso hacer y al fin tendría el tiempo.
Ester era una chica ambiciosa, creaba en un día más de un millón de ideas increíbles para hacer, pero nunca las ponía en práctica, siempre ocurría algo inesperado que malograba sus planes. Estas situaciones imprevistas se volvieron con el tiempo cotidianas y así la emoción que causaba en ella cada idea se fue desvaneciendo hasta volverse un sentimiento muy lejano. Pero inexplicablemente esa mañana Ester pudo revivir esa emoción, pudo sacar esa sensación del recóndito lugar donde se encontraba y mirar al destino con la otra faceta de su rostro, donde sus ojos como platos no dejaban de mirar fijamente a la aventura.
Ester tenía solo dieciséis días para poder complacer a la voz intensa que gritaba en su interior, lo que no le parecía suficiente, pero ella se caracterizaba por nunca darse por vencida, así que decidió no perder ni un solo segundo. Luego de desprenderse de las sabanas, camino hacia el lavamanos colocó sus antebrazos sobre este, no sin antes haberse remangado hasta los codos las mangas de su blusa celeste, se lavó las manos y la cara y pensó en lo increíble que lo pasaría y como terminaría. En ese momento pasó por su mente un fugaz  pensamiento, que la atemorizó, dibujando en su rostro una mueca de confusión.
—¿Y si algo como siempre me impide cumplir mis metas? ¿Y si nunca podré hacerlo?
La palabra nunca se repitió en su mente incontables veces, despertando un sentimiento de impotencia que la frustró enormemente. Luego de unos interminables segundos Ester agitó su cabeza de un lado a otro y con un súbito movimiento de sus manos la detuvo bruscamente. ¡Eso no pasará!, pensó, y conservó ese parecer; sin embargo, esa desencadenada sensación volvía. Luego pasó sus manos aun húmedas por la frente y se detuvo al contactar con el pasador que a duras penas sujetaba su largo cabello castaño en una cola de caballo, se retiró el pasador para substituirlo por una cinta elástica mostaza, la cual sujetó el ajustado moño que se efectuó. Con paso firme caminó hacia la sala y clavó su mirada sobre el reloj. Eran las seis en punto. Se escuchó el sonido del agua precipitándose sobre la porcelana del lavabo, se aproximó para ver de quien se trataba y luego agregó:
—¡Oh! ¿A qué se debe la sorpresa? —dijo con voz burlona.
—Tengo que estudiar para las parciales, ¡aparta tortuga! —dijo su hermana, alejando la toalla con la que se había secado las manos y empezando a frotar su cabeza con un gesto de preocupación y a la vez de disgusto.
—Desde hoy me levantarás a las seis, ni un minuto más ni un minuto menos —agregó desviando una mirada atemorizante hacia Ester.
—¿Tan importante es ese examen para hacer tal esfuerzo? —preguntó, ladeando la cabeza hacia un lado. Tú nunca estudias días antes del examen, ni te levantas temprano para hacerlo, es como si de eso dependiera tu futuro, ¿es así?
Betty solo asintió con la cabeza. Caminó tambaleando hacia su mochila de donde sacó dos libros robustos los cuales estiró sobre la mesa, se sentó en el sillón y fijó su mirada sobre el libro. Ester pensó que la verdad no estaba estudiando, porque los ojos no parecían seguir una lectura, simplemente observaban el libro; sin embargo, la determinación con la que dijo sus palabras la embargo de emoción, no sabía a ciencia cierta el por qué, pero sentía un revoltijo en su estómago, quizá porque podía ver como alguien se esforzaba por cumplir su meta, algo muy similar a lo que le ocurría, lo que inexplicablemente hizo que se esforzara mucho más de lo premeditado.
Ester se sentó junto a Betty con una hoja y un lápiz. En silencio empezó a escribir y Betty continuó  con la lectura.
—¡Tin! —sonó el celular desvaneciendo el mudo ambiente.
Ester lo agarró rápidamente y miró una notificación de parte de su profesora de comunicación donde decía si deseaba participar en un concurso que constaba en escribir un cuento o un poema. Ester no dudo en contestar que sí, le alegraba mucho saber que podría hacer algo que le gustaba y la vez comprobar sus capacidades.
Ester desde ese momento no dejaba de pensar en el cuento que escribiría, le causaba mucha emoción pero a la  vez preocupación, escribir para ella era uno de sus principales pasatiempos porque al hacerlo disfrutaba cada momento en el que su mano plasmaba en una hoja de papel hasta el más mínimo detalle que pasara por su mente, pero en esta ocasión tenía que ser mejor, único y exclusivo, algo que al leerlo causara tal impacto en el lector que nunca podría olvidarse de esa historia. Entonces pensó que sería mejor que en los dos últimos días de su periodo de descanso se dedicara completamente a escribir su historia, porque siempre los mejores relatos que escribía eran las que se le ocurrían en un cotidiano día.
Al levantarse su madre, Ester le comentó sobre el concurso, esta solo le dijo en voz baja que si quería ganar se esforzara mucho y caminó hacia la cocina para poner a hervir agua con la estufa, Ester asintió rápidamente y le propuso ayudarla. Su madre aceptó con gusto. La joven movía delicadamente el guiso con una cuchara gigantesca de madera y su madre cortaba meticulosamente el pollo y las embolsaba para luego introducirlas en el congelador.
—¿Mamá para que sirve este cucharon con agujeros? —preguntó Ester alzando el utensilio. Pensó preguntar también hace cuánto tiempo lo tenía porque se veía muy gastado, pero un tremendo dolor proveniente de su vientre la detuvo.
—¡Ester, qué te sucede! ¿Estás bien? —dice su madre angustiada y con un rostro de notable preocupación.
Segundos después se escucha un golpe ensordecedor. Ester cae sobre la cerámica. Las voces impotentes de Betty y su madre inundan la posada, unos minutos después se escuchan las sirenas de la ambulancia acercándose y luego perdiéndose en el infinito.
La joven despierta:
—¿Qué me pasó? —pregunta.
Una voz melodiosa responde:
—Estás en el hospital “San Gerónimo” —mientras acomoda las cobijas.
—Acaban de realizarte una operación —agrega.
Sollozos empiezan a surgir hasta convertirse en un resonante llanto. La enfermera sale rápidamente de la habitación anunciando que traería a sus familiares y que no se preocupara, que todo está bien.
Ester no podía soportar la idea de que tan repentinamente algo tan grave pasaría, que quizá unos simples dolores abdominales que sintió en un tiempo casi desconocido desencadenarían en estas circunstancias, sencillamente se sentía completamente frustrada, sentía como toda su vida se deslizaba por un hoyo oscuro y tenebroso el cual tenía un hondo inalcanzable, como todos sus planes quedaron en menos una hora completamente suprimidos, no sabía exactamente qué pasó, ni que pasaría. En esos momentos Ester se sentía realmente desconocida. Sus ojos exhaustos de tanto llorar decidieron descansar. Sus parpados se juntaron y soltaron una última lágrima.
—¿Ester, me escuchas? —exclama Betty agitando moderadamente los hombros de la paciente.
Ester no responde, pero abre los ojos e intenta una sonrisa para intentar tranquilizarla. Betty suelta un suspiro de alivio y luego de unos segundos se reincorpora.
Se escuchó como una puerta se abría lentamente y salía de ella una señora alta y delgada con el rostro un poco congestionado.
—Hija, es…
Antes de continuar Betty hizo un siseo para que se detuviera.
—Ya está durmiendo —murmuró.
Su madre escribió en una hoja que el doctor había decidido que se quedara una semana para descansar, que la perdone porque no podría visitarla seguido por culpa del trabajo y también a Betty, y al pie de la página que la quiere mucho.
Ester al día siguiente despertó y la leyó, una nueva lágrima empezó a surcar por sus mejillas. En parte por felicidad y a la vez de despecho. Podría al fin salir de esa tétrica habitación pero no podría escapar nunca del cruel recuerdo de ese espeluznante sentimiento que la gobernó una vez.
Una semana paso más rápido de lo esperado. Ester solo se dedicó a dormir para ya no pensar más, porque en su corta experiencia descubrió que pensar en esas situaciones solo llevaba a uno a sentirse más melancólico de lo que ya estaba.
Se escuchó la puerta de la habitación de Ester abrirse con lentitud y cuatro pies que descoordinadamente caminaban hacia ella. Era su madre y su hermana. La encontraron dormida, entonces decidieron llevársela  en una silla de ruedas hasta el coche para llevarla de vuelta a su hogar.
Cuando Ester despertó sus ojos se toparon con un familiar techo rosa y una lámpara colgante. Se figuró una sonrisa en su rostro. Se sentía por fin un ambiente cálido en el que con el tiempo podría olvidar esa tan inesperada situación. Consideraba que su familia, la habitación y su intención eran suficientes para borrar al eco de dolor que resoba desde su interior. Pero no fue así. Pasaron siete días los cuales serían el recuerdo del fallido intento de recuperar una vida inundada de tranquilidad y  alegría, las falsas muecas de parte de Ester, ajustaban más la cuerda de la que colgaba. Ella se preguntaba porque había de fingir una sonrisa si se supone cada día se alejaba más de esos lastimero sentimientos. Su solo actuar demostraba una respuesta innegable.
Ester había pasado recostada en una cama catorce días, sin realizar ni un movimiento brusco, tan solo mirar la televisión y la pintura de las paredes descascarándose lentamente. Se escuchó un sonido que no que no pudo asimilar, era grueso y cortante. Se trataba de un reloj, Ester le sorprendió bastante no haberse percatado mucho antes de que se encontraba en la parte posterior de su  recamara con ese matutino sonido tan grave no era algo tan imperceptible. La hizo pensar en el tiempo que corría sin esperar a nadie, como justo en el periodo de descanso de la escuela tenía que pasarle eso. Entonces unos borrosos recuerdos aparecieron entre la neblina de sus pensamientos.
—¡El concurso! —dijo intentando elevar la voz sin rasgar mucho a su garganta
Ese recuerdo para Ester fue como una luz fugaz que dejó en ella un sentimiento tan anhelado. No dudo ni un segundo en decidir cómo sería su historia. Recordó que debajo de su almohada tenía un lápiz y un pequeño cuadernillo, los tomó rápidamente y empezó a escribir, el placer que le provocaba era lo suficiente para ahuyentar los melancólicos pensamientos. Ester decidió escribir su propia historia, cómo de un momento a otro su mundo dio una vuelta tan brusca que su cuerpo y alma no pudieron soportar y quedaron suspendidos en la nada sin poder reincorporarse en la realidad. Plasmó todos sus sentimientos y frustraciones hasta que ya no quedaron hojas. Se paró con las únicas fuerzas que tenía y quiso bajar las escaleras para traer un par de pliegos, empujó ligeramente la puerta y luego se apoyó sobre el barandal y se fue deslizando hacia el piso inferior.
Se escuchó el estruendoso sonido de un golpe. Betty y su madre desencadenaron un llanto mientras que Ester veía cada vez más borrosa a su hermana y madre, deseaba decir que no se preocupen pero sus palabras nunca pudieron salir de sus labios.
— ¿Dónde estoy? —preguntó Ester frunciendo el ceño y llevándose la mano a la cabeza para empezar a frotarla.
Betty y su madre soltaron una sonrisa y estiraron sus manos con intención de abrazarla pero gracias a su comentario empezaron a llorar con mucha intensidad y se retiraron de la habitación apoyándose una de otra para ofrecerse consuelo y a la vez para sostenerse.
Ester observó a las señoras confundidas y luego al cuarto y dedujo que era una habitación para una muchacha adolecente, se incorporó entre las sábanas e intento descubrir algún recuerdo vago. Se revolcó entre las cobijas al no tener ni una sola idea de lo que sucedía fue entonces donde encontró un cuadernillo que tenía escrita en la primera página “Mi historia”, la embargó la curiosidad y leyó el pequeño libro sin parpadear hasta el final, cada hoja inesperadamente hacia revivir un recuerdo junto con su respectivo sentimiento, su mente pudo encontrar inexplicablemente en menos de un minuto todo su preciado y doloroso pasado. Al terminar de leerlo las sábanas estaban empapadas de lágrimas; sin embargo, el rostro de Ester demostraba una sonrisa verdadera.
—Creo que esta muchacha soy yo —dijo sollozando mientras se restregaba los ojos con las dos manos.
Ester no se dijo a si misma más palabras. Agarró el librillo y tras el reverso de la primera hoja escribió “continuación. Ester 10 años después”.
La historia nunca fue destinada a un concurso pero si recibió un significado muy importante, era la vida que Ester recordaba. Era la única ayuda que le proporcionaba la vida a Ester para aún seguir de pie ante su imprevisible destino.

Seudónimo: Ariel