Musa de mi llanto

MUSA DE MI LLANTO
“Es tan corto el amor,
Y es tan largo el olvido”
Pablo Neruda.
Ayer la vi —después de tanto tiempo—.
La vi junto a ella, se sostenían de las manos —o eso es lo que observé—.
Se le notaba alegre, emocionada —aunque en sus ojos había algo de tristeza—.
Fueron microsegundos en darme cuenta que, sus ojos cristalinos, marrones casi muertos, me observaban —muy fijamente—.
Su mirada hizo que mi corazón se rompiera —por una vez más—.
Traté de esquivarla; pero fue en vano, su mirada me perseguía, como una madre persigue a su hijo, como un poeta a su musa.
Me tenía entre sus manos cual pájaro libre; pero sin alas, no podía huir de ella, por alguna extraña razón me perseguía su recuerdo —a donde sea que vaya—.
Su sonrisa, iluminaba la noche, aquella que me ocultaba millones de mentiras,  que con tan solo una, lograba reparar lo rota que estaba mi alma, pedazo, por pedazo.
Me duele saber que te importaba tan poco; tanto como para reemplazarme en pocos días, como si lo nuestro nunca te hubiera importado, como si yo, no importara.
Ayer la vi —después de muchas lunas, de muchos soles sin esperanza que no alumbraban mi corazón herido.
Estaba con ella —no pude creerlo— se trataba de una trampa, me querían jugar sucio, el trato entre ellas era el mismo —debí suponerlo— querían lastimarme, y ¡Vaya!, lo hicieron.
Entró victoriosa de su triunfo, después de todo ella no tenía el corazón roto —lo tenía yo—.
Me aferré al recuerdo, a su recuerdo; el dolor que sentía en el pecho pedía a punzadas en el corazón que alguien hable por ellas —porque sabían que yo no lo haría—.
Descubrí que aún la quería —muy poco— pero la quería.
Cada suspiro era por ella, cada pensamiento, cada lágrima, cada… todo.
Como cuando mi alma se acelera y huye de mi cuerpo dejándome arrastrar en la profunda tristeza del fracaso porque escucho su nombre, como cuando menos me lo espero y este recuerdo vuelve a mí y sufro, sufro mucho.
Me golpeo el pecho y grito —¿Por qué haces esto?— Caigo al piso —¿Qué te he hecho yo para que revivas mi historia… con ella?— le grito mentalmente a la otra chica —Dime, ¿Por qué me quieres hacer tanto daño? ¿Qué es lo que quieres de mí?
Me has quitado lo que más quería.
Algún día te van hacer lo mismo que tú haces conmigo, infeliz, y ahí sentirás mi dolor. Te insultarán. Te golpearán. Te humillarán. Se burlarán de ti. Te harán desear estar muerta. Llorarás —y todo esto sin tocarte ni un solo infeliz cabello tuyo—. Y cuando llegue eso. Ahí, te acordarás de mí.
Ayer la vi —después de tantos sueños—.
La vi junto a otra, sonreían, se miraban, y yo, ¡maldita sea! Yo las observaba, abatida por su felicidad,  cansada de la agonía. Totalmente desdichada.
Había continuado con su vida, mientras que yo seguía atascada con la mía.
Lo teníamos todo, querida, lo teníamos todo. Si fallabas, te perdonaba, si yo lloraba, me consolabas. ¡Lo teníamos todo, maldita sea! 
Mentías, tú siempre mentías. Y no digas palabras tan simples como “perder” o “ganar”, una relación no es un juego. 
Quiero llorar, no te voy a volver a amar, esta es la última vez que lo hago. ¿Hasta cuándo te podre recordar? 
¡Miserable! ¿Es que acaso no te das cuenta cuanto te quiero? ¿Por qué tuviste que malograr todo? ¿Por qué me dejaste? ¿Por qué me dejaste ir?
¡Maldita sea! Te quiero. Te amo.
Ayer la vi —después de tantos deseos—.
La vi junto a ella —lloré—.
Te quise tanto, que ya no me quedan ganas de querer a nadie más. Parece que viene y me acelera el corazón solo para recordarme que aún puede. Tengo que dejarte ir. Si no es ahora. ¿Cuándo?
Estoy totalmente confundida —grito en la soledad de mi habitación—.
Porque no sé si respetas algo roto —o simplemente juegas con ello—  porque estoy cansada de ser un pájaro sin vuelo, porque estoy cansada de volar sin alas.
Porque mientras yo te escribo un absurdo recuerdo, tú me tienes cada vez  más olvidada en una esquina de tu corazón.
Porque desde un inicio lo nuestro era imposible,
Porque la unión entre dos mujeres es un pecado para la religión, una burla para la naturaleza humana, un error para la sociedad.
Porque la homosexualidad aún no es aceptada y se encuentra en el exilio de nuestro país, ahí, donde nos encontramos tú y yo —aunque no lo quieras ni lo quiera—.
Como si las personas supieran el daño que nos hace que muchos nos traten como a nada, de contarle a Dios —si es que existe— todas nuestras penas y que no nos escuche, porque simplemente —ya lo dije— “Somos un pecado”. 
Me siento como una tonta tratando de olvidarte  —cuando tú ya lo has hecho—.
Estoy demasiado triste, hundida en el vacío de mis pensamientos que me recuerdan cada fallo, cada caída, mi abrigo no protege todos mis miedos y deja que los demás los vean y se aprovechen de ellos. 
¡Deprimida! —grita mi conciencia— no estoy deprimida, estoy devastada, agobiada, —claro está—.
Me levanto trato de calmarme, la herida no sana, es como echarle limón a un corte que te han hecho ya hace mucho tiempo, ya hace más de un año. Y no cicatriza. No quiere cicatrizar.
Me duele la cabeza —mis ojos hinchados están— recordé más de lo que debí recordar, —sigo llorando— la música que escucho no ayuda. Me duele la vida.
Hay llagas en mi corazón, que cruzan de lado a lado —pienso— me han hecho tanto daño, mis padres, profesores, amigas; si claro, “amigas” —suelto una carcajada seguida de más lagrimas— estoy  tranquila —pienso—.
Siempre me lo han dicho, y me lo repiten, “El dolor es una prueba de que estas vivo”. Pero, ¿Es necesario tanto dolor? Porque ya no soporto el estar vivo.
Levanto la cabeza, me seco las lágrimas —sonrió— no quiero volver a sentirme rota. Nunca más.
—Suspiro— mierda, estoy hecha pedazos.

(Asto Carbajal, Tatiana Valeria)
I.E. Padre Damián de los Sagrados Corazones