El goce de vivir escribiendo - Entrevista con Oswaldo Reynoso

Nos deja pasar pese a un estado de salud que le impide hacer mayores esfuerzos físicos. Salvo ir al estudio, escribir, abrir la puerta, escribir, tomar desayuno, almorzar, escribir, contestar al teléfono, escribir y recibirnos: escribir hablando.
Antes de abrir la puerta, acompañaba su soledad con el ejercicio de la escritura, o al contrario. Es Oswaldo Reynoso: el profesor de la Cantuta que una vez, con unos tragos encima, se paró sobre una mesa y proclamó su rechazo a los críticos literarios aduciendo que se cagaba sobre todos ellos. Ahora, con el cabello cano y abundante como la melena de un león sabio y cansado por una aflicción, mas no de la vida, el autor del célebre Los inocentes y del “pagano” En octubre no hay milagros nos invita a su encierro voluntario de la urbe gris que ya experimenta un clima indeciso, entre calor y frío, adecuado para contraer un resfriado.
La excusa para la entrevista es la publicación de su última obra, El goce de la piel, libro que evoca la belleza masculina a través de una prosa depurada, como Oscar Wilde, Thomas Mann o César Moro. Por indicaciones del médico, sugiere acostarse y me pide que cierre la ventana, solo un poco, porque el ruido exterior no deja conversar y, además, no deja escuchar a gusto la melodía de Gustav Mahler, tema principal en la película Muerte en Venecia de Luchino Visconti. Se deja caer en la cama y me pide que levante un poco la voz…
-Dicen que la película es tan buena como el libro…
-Sí, pero en la película Tadzio coquetea a Gustav Von Aschenbach, cosa que no sucede en el libro de Thomas Mann. Tadzio solo logra darse cuenta de que Gustav lo mira incansablemente, pero no logra crear un clima de coquetería.
(Play recorder)
El libro que mencionó tuvo gran rechazo por un sector de la sociedad por abarcar el tema de la “homosexualidad”.
Es que para algunos la homosexualidad era un cáncer para la sociedad, pero ya se ha demostrado que no es así. Es una realidad que se da en todas partes del mundo. Hubo tiempos de tolerancia, como en Roma o Grecia por ejemplo, pero llegó el Cristianismo que hasta consideró al sexo como pecado. De acuerdo con los cristianos, el sexo es solo para la reproducción, pero si viene añadido con el placer, es pecado. Esa creencia ha fregado a toda la humanidad porque ha quitado el hermoso sentido que posee el disfrute del placer.


Usted también se enfrentó a la censura de su tiempo…

En Arequipa tenía cierto temor de publicar lo que escribía, porque en ese entonces regía una literatura oficial, basada en poemas de amor o estampas regionalistas y en ese ambiente era difícil desarrollar una verdadera literatura. Por ello, muchos escritores emigraban a Lima.


Pero cuando publicó Los Inocentes lo tildaron de “coprolálico” e “indecente”, pese a que en Lima supuestamente había más tolerancia que en provincias…

Tuve una suerte de ataques y muy fuertes. Hasta ahora perduran porque yo nunca me sometí a un orden establecido. En la literatura peruana hay un grupo que se denomina oficial y ellos determinan el canon, las normas y tienen acceso a los medios de comunicación. En cierta forma dirigen la literatura y yo siempre he estado en contra de eso.


¿Se refiere a la polémica de las “argollas”?

Sí. Al respecto me hicieron dos reportajes y yo puse en evidencia esas argollas. No tuve miedo de enfrentarlos. Pero a partir de esa polémica yo publiqué dos libros y no recibí ningún comentario, reseña o crítica. Es así, algunos manejan hasta los medios de comunicación. En el caso de El goce de la piel puede que también tenga que ver un sentido homofóbico. A esto se suma mi compromiso político con el Marxismo. Felizmente yo tengo contacto directo con mis lectores. Felizmente yo tengo contacto directo con mis lectores.


Para usted, ¿en Perú qué tanto han “evolucionado” los lectores en los últimos años?

Hay una distorsión. Hace años, la apreciación de una obra literaria era diferente. En primer lugar había críticos confiables, imparciales y objetivos. Asimismo había buenas editoriales, como Losada, que tenía un buen equipo al que le importaba la literatura y no el mercado. En la actualidad el libro se aprecia, primero, por si ha ganado un premio; segundo, si es que la editorial es grande no buena, sino grande; y tercero, si el libro tiene traducciones. Esos son los nuevos parámetros que no tienen nada que ver con la calidad de la obra. La gente ha cambiado, se deja influir con facilidad por los medios.


¿No piensa en escribir otro poemario aparte de Luzbel?

Ya no escribo poesía, pero ese sentido lírico, ese sentido del ritmo y la imagen lo utilizo en mi prosa. Como en mi último libro. (Me pide que apague la grabadora y me lee las primeras páginas de El goce de la piel, escrito a manera del último capítulo del Ulises de Joyce. De repente una concatenación mágica de imágenes se presentan en el pequeño dormitorio con vista al mar de Magdalena y Malte personaje principal del libro acaba por desnudarse y comparar su bello cuerpo con una pintura de Miguel Ángel. Mahler, de fondo, no cesa en el acompañamiento. Por la ventana se cuela la agonizante neblina que muere con la mañana y la voz grave y solemne del autor termina preguntándome: “¿Qué te pareció?”).


¿Piensa en estructuras antes de escribir sus libros?

No. En el caso de este primer capítulo, comencé a escribirlo y salió así por propia concepción del relato. No es que yo lo haya pensado antes, eso sale en el momento.


¿Por qué siempre escribe sobre jóvenes?

No sólo sobre ellos, sino también sobre viejos, de personas mayores. El ser humano tiene dos momentos fundamentales en su vida. En la juventud experimentamos una serie de cambios fisiológicos y sicológicos, además tenemos que tomar decisiones fundamentales para nuestra vida. En la vejez surge nuevamente esa crisis. En esa edad no ponemos a pensar si nuestra vida ha sido un fracaso o un éxito, y nos preguntamos si hemos conseguido lo que queríamos. La juventud es la entrada a la vida, la vejez es la salida.


Y ¿usted logró lo que quería?

No sé… Yo creo que sí, porque siempre quise ser creador y profesor. Como creador he publicado algunos libros y lo que más me satisface es que esos libros siempre han tenido lectores. Como profesor tengo más de 50 años en la docencia y tengo alumnos que siempre me recuerdan. En cierta forma he cumplido con lo que he querido. No soy un hombre con fortuna o con dinero, y no lo soy porque nunca me propuse serlo.


Para usted cada libro que escribe forma parte de un solo libro. ¿Cuándo terminará de escribirlo?

Cuando escriba mi testamento. Si es que tengo tiempo de escribirlo.
(Echado en su cama, a veces mirándome o mirando al techo, evoca las últimas entrevistas que concedía J.C. Onetti: postrado, esperando el final)


¿No le teme a la muerte?

No, porque es un proceso natural. Tendrá que llegar. Lo que desearía es una muerte sin dolor. Si en este momento me vendría un ataque, sería maravilloso para mi vida, porque nadie me diría que estoy muerto. Lo terrible sería años de sufrimiento, una vida sin poder hacer nada, eso sería terrible.


¿Optaría por el suicidio, como Arguedas?

No, nunca me suicidaría. Salvo si es que padezco de una enfermedad terminal, donde no hay remedio y sepa que voy a morir, ahí sí me suicido.


Pero permanecerá en la vida a través de sus obras…

Eso no me interesa, porque cuando muera nadie vendrá a decirme qué pasó. Eso de pensar que uno quedará en la posteridad, es una masturbación y mala, porque la masturbación en sí es buena. La muerte es la anulación de todo.


¿Y qué piensa de los cristianos y su idea de la muerte?

Lo que piensen es problema de ellos.


Pero usted fue cristiano… ¿en qué momento dejó de serlo?

¿Quieres saber en qué momento? (Me pide que apague otra vez la grabadora y lee el segundo cuento de El goce la piel). ¿Ahora te das cuenta en qué momento dejé de creer en Dios? (Un gesto involuntario de mi rostro le responde que sí.)


¿Qué influencias literarias tuvo de joven?

Yo me inicié, por fortuna, leyendo a Rimbaud, Baudelaire, el Conde de Lautreamont, a Valdelomar, Vallejo, Martín Adán… Esa fue la literatura de mi juventud, las que marcan para siempre.


¿Qué le parece la literatura joven en la actualidad?

Siempre un escritor joven es una promesa. Yo he tenido la oportunidad de leer a escritores jóvenes. Hay algunos que se quedan en el camino y otros que persisten. Muchos escritores del 50 publicaron varios libros, algunos muy buenos. Pero se quedaron allí. Ahora a muchos se han convertido en empresarios, en políticos y nada más. El mejor crítico de la literatura es el tiempo y la persistencia de los lectores.


Quizás los jóvenes tienen a los premios como prioridad…

Un escritor no debe escribir para concursos. Un escritor debe escribir porque tiene una pulsación interna. Y no importa si es publicado o gane premios, eso es secundario. Los jóvenes están aturdidos por estos parámetros y si pueden hacer una buena obra, no lo hacen.


Usted es obsesivo cuando escribe, ¿hasta qué límite?

Por fortuna, yo no tengo obligación familiar. Para mí la expresión literaria es el máximo placer que se pueda encontrar. Escribo por placer y no por obligación, sino dejaría de ser placer. La escritura es espontánea y gratuita.


¿Nunca pensó en formar una familia?

No, no tengo esposa, no tengo hijos, así siempre fue el ritmo de mi vida.


Pero amó…

He amado mucho, plenamente. He tenido una gran capacidad de amar. Pero el amor que yo profesaba no estaba dirigido a la constitución de una familia. En mi caso, fue amor puro. El amor como el placer son situaciones no obligadas, sólo se dan. De ninguna manera hay felicidad cuando hay obligación. Tiene que haber convergencias y a lo largo de mi vida he tenido varias convergencias, que no han sido eternas ni he querido que lo sean. Lo importante fueron los instantes.


Aún se le relaciona con la bebida, con la bohemia…

Al igual que el escritor Vargas Vicuña, yo pienso que el trago es sagrado, porque entramos en contacto con la divinidad del vegetal y al mismo tiempo entramos en una exaltación. Me encanta el trago.


¿Escribe cuando bebe?

No, no tomo. Para corregir, a veces. Según Walt Witman, un escritor debe estar en contacto directo con la vida. De todas maneras un escritor siempre habla de la vida. Hay escritores y eruditos que paran encerrados en sus bibliotecas y se atreven hablar de la vida, pero la vida no se aprende encerrado.


(Stop)

Pienso en la fotografía: él sobre su cama, concentrado en el libro. Pienso en fotografías con efectos sonoros y tridimensionales, pienso en su encierro y en lo último que dijo… pero se levanta de la cama y me dice que se cambiará de camisa y me pregunta en qué lugar tiene que ponerse y yo le digo que frente a la ventana y otra foto pero junto a César Moro y “por favor no me gusta salir junto a los libros”. La neblina se disipa y el tímido sol acaricia las cortinas del pequeño dormitorio. Ya es hora de irse y a la salida:
“Ácido morado sobre cielo de ceniza. Sucia niebla podrida en pescado. Morado tibio en mañana fría: mojada.”**
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*La entrevista fue realizada en junio de 2006 para la revista Casa de Asterión de la universidad Federico Villarreal.
* Primer párrafo de “En octubre no hay milagros”.