El zorro de arriba y el zorro de abajo

   [José María Arguedas]

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Chaucato partió en su bolichera Sanson I, llevando de tripulantes a sus diez pescadores, entre ellos al maricón el Mudo, y como suplementario, a prueba, a un violinista de la boite de copetineras El gato negro.

Avanza la madrugada. Chaucato habla con el Mudo en el puente:

—Putamadre Mudo: aquí se trabaja en cosas di’hombre. El hombre se diferencia por el pincho, ¿no? Tú has nacido con pincho, oye Mudo, aunque sea pa’ tu joder. Cuando el hombre agarra cuchillo nu’ es pa’ recibir lapos en el suelo. Pa’ remar la chalana, pa’aguantar el paño, pa’jalar plomo e’boliche, pa’ entrar en la alzada se necesita pincho. Aquí se te va a parar en la mar o te voy a hacer meter una manguera hasta las agallas. ¿Has venido madrugando al puente pa’ confesarte y recibir tu puteada?

La bolichera Sansón I, de la Compañía Fauna del Mar, aunque matriculada a nombre del armador Fuentes de los Palotes, avanzaba a toda máquina muy lejos de la bahía de Chimbote.

Los tripulantes dormían. Chaucato, todo colorado el rostro, miraba al Mudo en el puente, a cielo abierto.

—“¡Padrazo, padrenuestro!”, me rogabas anoche, mocoseando en el callejón del burdel. Putamadre, maricón Mudo; aquí ti’hago hombre.

—Yo soy hijo de puta, patrón. Tú sabes.

—No, güevón. Aquí, carajo, a bordo, todos son putamadre menos el patrón. ¿A ver?, tráeme a ese violinista del Gato. Debe estar mariado, vomitando.

El Mudo bajó a los camarotes y regresó con el músico. El violinista no vomitaba. Estaba muy decidido.

—¿No vomitas? Entonces vas derecho a la anchoveta que Braschi, el culemacho, li’ha quitado a los cochos alcatraces. Ese, ese qu’está a tu lado, va’olvidar aquí el ojete, porque la mar es la más grande concha chapadora del mundo. La concha exige pincho, ¿no es cierto, Mudo?

—Sí, Chaucato.

—¿A ver? Están llamando por la radio. “Anchoveta a una hora isla Corcovado... a una hora isla Corcovado... rumbo 180...”

Esa es la voz del Cadete. Hoy, con violinista y maricón, hacemos cien toneladas: mandas a la mierda al violín y el Mudo cierra el ojete, ¿no?

Como si no hubiera oído bien todo lo que el patrón dijo, el violinista se acercó más hacia él y preguntó:

—¿Es cierto, Chaucato, que tú te colgabas de rocas bien altas, en las islas, cuando cazabas lobos?

—¿Y ahora preguntas cabronadas, ahora que el Cadete está hablando pa’ orientar la navegación, técnicamente, a la mancha de las anchovetas?

“A una hora isla Corcovado... A una hora isla Corcovado...

Rumbo 180... Rumbo 180...”, seguía repitiendo la voz por el alto parlante de la radio. Chaucato se acercó al micrófono:

—Oye, maricón Cadete, maricón Cadete... “Tú, maricón. Te llevas al Mudo pa’cabronearlo”, contestó el altoparlante.

—Oye, Cadete, ¿t’ interesa el Mudo? ¡Te cabreaste! Ya se le paró, güevón...

—“¿Y cuánto le has bochado pa’que te lo mande?”, se oyó otra voz.

—Ese es el Characato Pretel —dijo el patrón—. ¿Si’ha metido contigo alguna vez? —y miró al Mudo.

—No, Chaucato. Ese... Tú sabes.

—¡Aquí yo no sé nada, oye, Chueca! —nombró al Mudo por su apellido—. Tú, músico, vas a ayudar primero al popero, al cabecero qui’arrea el paño17 a la mar; dispués vas a ser ayudante del estibador de plomo. ¿Entiendes, cojón de gato...? No; no contestes, concha e’ tu madre. Dispués tienes que entrar en el alzada del paño. Va’ pesar como cagada del diablo. Si hacemos las cien toneladas te cuento lo de los lobos. Yo creí que sólo a las putas les gustaba esa historia...

—Oye, Chaucato...

—Habla, músico. Ahístá tuavía el Mudo.

—Oye, Chaucato. Entendido. El Mudo me ha explicado el trabajo en la lancha. Pero... ¿cómo otros patrones menos antiguos en la pesca, con menos méritos —tú eres cumpa de Braschi, casi su padre, y que has enseñado a casi todos los patrones de lanchar a calar anchoveta— cómo tienes una lancha vieja y de cien cuando a esos otros nuevos, menos maestros, les han dado de doscientas y hasta doscientas cincuenta pa’que ganen el doble

que tú? ¡No... Chauco! No es ofensa, al revés, es amistá, gratitud... hermano.

Al patrón se le desigualó la cara mientras el músico hablaba.

Los brazos sueltos, el ojo izquierdo con el párpado bajo, algo caído y rojo; la boca igualmente algo caída por el mismo lado y el pómulo como hinchándose...

—¡Hijo de puta! —dijo clarísimamente—. Los alcahuetes del Gato ven la cáscara, el forro de los güevos. Cuando’te meta los güevos sabrás, entenderás, como las putas. Estás en la mierda del Gato, ¿no? ¿Y de ahí vienes a hablar aquí, carajo?