La flor de texao

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Hace mucho tiempo en la agraciada ciudad de Arequipa, tierra de volcanes majestuosos y valles esplendorosos, ocurrieron hechos fantásticos y extraordinarios, conocida por pocos pero favorita de muchos. El dios Viracocha, deidad suprema del Perú, creador de toda materia existente encomendó el cuidado de su más bella creación, la primorosa ciudad de Arequipa a su más leal subordinado Argus, un pequeño y excéntrico elfo que acompañaba a su amo a todas partes. Argus al oír a Viracocha, se sorprendió por la tarea encomendada y cuestionó innumerables veces la eficacia de su desempeño; el pigmeo ser de pelaje blanquecino contaba con un exuberante par de alas resplandecientes, ubicadas en la espalda de un tono gris siendo estas más grandes que el pequeño cuerpo del elfo; además presentaba unas orejas puntiagudas y una larga barbilla en el mentón, su mirada era particularmente apacible, de ojos claros como el amanecer de los valles.
El imponente Viracocha, luego de encomendar tal misión al atónito Argus, montó en una enorme anaconda la cual en un instante sobrevoló los cielos provocando innumerables tormentas, dejando boquiabiertos a los seres que habitaban la ciudad. Argus, un poco desanimado extendió sus alas y voló hasta un pequeño cerro y se estableció allí. A pesar de que Argus era el más leal y confiable de los subordinados del dios Viracocha, su reducido tamaño fue siempre objeto de desconfianza en lo que compete de fuerza bruta, esto no pasó desapercibido por los altos mandos de la ciudad, los tres ancestrales volcanes de Arequipa. El galante Misti al ver al pequeño elfo, no dijo nada e hizo un gesto de respeto, en cambio el Chachani y el Pichu Pichu, al notar la presencia de Argus, rieron a carcajadas en tono burlesco, ofendiéndolo.
A la mañana siguiente, cuando la luz del sol irradiaba todos los rincones de la bella ciudad, Argus se levantó y apreció la hermosura de Arequipa, admiró la creación de su amo; fue entonces cuando decidió cuidarla; y así lo hizo durante varios meses, tiempo en el cual Argus sintió curiosidad por una especie enigmática, aquella criatura carecía de pelo como el resto de animales, se establecía en territorios y su población cada vez se acrecentaba. Argus observó sorprendido cómo evolucionaba, cada día un nuevo descubrimiento acogía la ansiedad del pequeño elfo; tanta fue la curiosidad de Argus que aquella tarde, una luz emergió del cuerpo del pequeño elfo y tras ella apareció un humano, vestido graciosamente con un par de zapatos polvorientos, el pantalón y la camisa remangados de un color oscuro como la noche. Se miró de pies a cabeza y después de un rato se dio cuenta de lo sucedido, la curiosidad que desbordaba se había convertido en anhelo, convirtiéndolo en lo que tanto tiempo había observado. Luego de unos minutos, Argus sintió frío, era obvio ya que vestía únicamente prendas de campo, con dificultad intentó caminar y al cabo de un rato llegó a una posada; felizmente la moza de la posada era amable y al ver al inusual hombre le ofreció una habitación para que pasara la noche, aquella tarde Argus durmió plácidamente.
A la mañana siguiente, salió de la posada tras conversar con la anfitriona de la posada, agradeció y se marchó. Al salir, lo primero que observó fue un grupo de campesinos, que vestían al igual que él, Argus notó que ellos llevaban puesto un gran sombrero de paja, con esta inquietud se dispuso a comprarse una. Divisó a lo lejos una pequeña tienda, Argus se acercó lentamente y al abrir la puerta quedó perplejo, lentamente subía la mirada; tras un pupitre se encontraba una mujer, pero aquella era distinta a las que Argus acostumbraba ver desde el cielo. Aquella moza vestía una resplandeciente blusa rosada,  miró sus ojos,  eran claras como el amanecer de Arequipa. Mostraba una sonrisa extrovertida; llevaba puesto el icónico sombrero de paja puntiagudo que proseguía con una cascada de negros cabellos.
—¿Desea algo, señor? —dijo la joven cuando se dio cuenta de la presencia de Argus.
—Eh… ¡Deme un sombrero! —respondió con total nerviosismo, quedándose en silencio por largo rato.
Ella no dijo nada más y se retiró por un momento, al rato salió con un hermoso sombrero y le dio al hombre para que se lo probara, sorpresivamente aquel sombrero, encajaba perfectamente en la circunferencia de la cabeza de Argus. Pagó inmediatamente por el sombrero y se retiró del lugar, no sin antes voltear a ver nuevamente a la bella moza.
Aquella tarde, no dejó de pensar en la mujer que acababa de conocer, recordó su coqueta sonrisa, su dulce voz, la gracia con la que lo atendió y gradualmente se enamoró de ella. El pequeño elfo todos los días, tomó forma humana y comenzó a frecuentar la pequeña tienda ubicada al centro de la ciudad, cuando se aproximaba hacía emerger de sus manos una gran variedad de flores y se las regalaba, ella con gusto las ponía en un florero y no tardó mucho para que aquel establecimiento se convirtiera en una pintoresca tienda llena de flores por doquier.
Pero el pobre elfo sufría en su interior, sabía las condiciones para ir al mundo terrenal; lastimosamente cualquier persona que lo viera en forma humana, se olvidaría de él cuando este volviese a su forma original, esta condición también aplicó con la bella moza que frecuentaba a diario, lo cual entristecía enormemente al protector de Arequipa y fue por esta misma razón que Argus jamás se atrevió a preguntarle cómo se llamaba a la mujer.
Pero este inconveniente no fue motivo de impedimento para que Argus visitase diariamente a su amada, aunque ella lo olvidase de un día a otro. Ya habían transcurrido varios meses desde que Argus llegó a Arequipa y la cuidaba pero todo cambió repentinamente.
A medida que los humanos creaban nuevas cosas, la ambición comenzaba a consumirlos, con total inconciencia destruyeron gran parte de los bosques y ocuparon varios valles únicamente para construir fábricas por todas partes; estas acciones enfadaron a los tres volcanes de Arequipa quienes hablaron sobre el tema con Argus. Cierto día, cuando los guardianes de Arequipa se reunieron, una gran tormenta se produjo y en menos de un segundo una anaconda enorme cayó al suelo  y tras ella bajó un imponente hombre enorme y colosal. Argus tuvo miedo.
—¿Qué ocurre? —dijo con un tono grueso y calmado. Era el dios Viracocha.
Argus y el Misti comentaron lo que estaba sucediendo en la ciudad.
—Has hecho un buen trabajo en mi ausencia, no te preocupes, ahora yo me encargo —mencionó Viracocha dándole un golpe suave en la espalda a Argus.
Luego de estas palabras el solemne dios ordenó al Misti liberar todo el coraje que guardaba hacia los humanos quienes destruyeron todo a su paso.
—Mi creación… Prosperará nuevamente, pero hoy pagarán su insolencia —dijo Viracocha. Luego de estas palabras. Argus se preocupó, conocía a su amo y sabía que era justo pero tuvo miedo de su accionar.
Nada pudo hacer, al instante el Misti junto a sus hermanos Chachani y Pichu Pichu comenzaron a provocar un gran terremoto, la sentencia había sido dada y nada podía evitarlo, las casas de sillar comenzaron a desmoronarse y esto no fue todo; luego de un rato, comenzó a emerger lava de las cúspides de los volcanes acompañada de ceniza que abrigó la ciudad entera, el polvo en el aire y la ceniza impidieron a Argus ver el tétrico panorama, dentro de él temía la seguridad de su amada y torturado con las ideas más trágicas se retiró a sus aposentos hasta la mañana siguiente.
Cuando el sol salió nuevamente, Argus vio el panorama y se aterró al ver la desolación en la icónica ciudad. Con toda prisa fue donde Viracocha y los volcanes, cuando se disponía a bajar del cielo, Viracocha lo detuvo y con total cautela sacó de su mano una hermosa flor, la más hermosa que existiese y se la dio, intuyendo a donde iría. Consternado el preocupado elfo, bajó del cielo adoptando forma humana y cuando descendió a la tierra, fue a toda prisa a la pequeña tienda, se sorprendió pues vio una gran multitud en las afueras del local, con dificultad entró y su corazón se sintió aliviado, levantó gradualmente la mirada como la primera vez que entró y vio a la joven moza, estaba ahí, sana y salva; entre la confusión ella estaba atendiendo a los heridos del desastre y al ver al joven perplejo mirándola, le preguntó.
—¿Le puedo ayudar en algo? – dijo con un tono suave y preocupado.
—Bueno… ¡Sí! —respondió emocionado Argus.
No habían pasado varios días desde la última vez que la vio pero sintió nostalgia, y con una sonrisa tímida le dijo.
—Acepte este presente, ¡por favor!
Diciendo esto, Argus extendió su mano y le mostró la hermosa flor que su amo le había dado, aquella flor cautivó la mirada de la mujer, era de un color rojizo claro similar al labial de su amada, la cual mostró una sonrisa encantadora. El hombre salió de la pequeña tienda con una sonrisa de oreja a oreja y desapareció entre la multitud. La hermosa flor que el dios Viracocha le había dado al pequeño elfo, era la más icónica de la ciudad de Arequipa, la más bella de entre todas; esta era La Flor de Texao.

Seudónimo: Edward