[Volver al índice de obras]
Dorado cual atardecer, en los gloriosos andes, centro del mundo, una de las más grandes civilizaciones que Hanan Pacha vio crecer, floreció, bajo el brillante Dios Inti, custodiada por poderosos apus, que atentos vigilaban la esplendorosa raza guerrera inca, descendientes del más poderoso Dios, dueños de majestuosas riquezas, oro y plata por montones, gloriosos recursos que hicieron de este, dueños de América, o al menos lo fueron por un largo tiempo…
Su líder, Huayna Capac, el joven rey y guerrero legendario, lucía cubierto de finas telas usando la simbólica mascaipacha, insignia de su poder, lucían glorioso. Sus flecos eran sujetados por un cordón de colores alrededor de su cabeza, al medio una borla roja con hilos de oro y adornada con un broche del que nacían vistosas plumas de la mítica ave corequenque, sentado en su trono de piedra tallada simétricamente de vistosos animales del lugar, su mirada fija hacia los ventanales con una chispa resplandeciente cual águila escondida en su mirar, inmaculado esperaba noticias del chasqui real, que raudo corría por todo el Kay Pacha, buscando algo nuevo que contar a su inca.
Tembloroso y cansado como nunca antes entro en el impecable salón y en sus pupilas puro terror solo mostro, fue tanta la oscuridad de su miedo, que al propio inca perturbo, ansioso este le ordenó que hablara.
—¡Oh, mi señor!, ni en la más remota travesía me imagine ver lo que vi hoy, parecían salidos del Uchu Pacha, como si el Dios Inti jamás hubiera tocado su pálida piel, barbudos como bestias y de ojos color mar, vestidos con plateado metal que acuchillaron mis ojos en cuanto los vi, con lanzas perfectas, montados en bestias peludas, buscando tal vez el camino a nuestra ciudad.
El Inca silencioso escuchó, se levantó de su trono, rodeando la sala, si eso era cierto la advertencia de su padre se cumpliría, y los blancos exploradores como los llamo en su lecho de muerte, terminarían con su nación.
Enrumbó hacia sus aposentos, lo descubriría el mismo…
El crepúsculo sin fin alumbraba sutilmente su alcoba, el ultimo rayo se encontró con sus pupilas, allí lo supo era el momento. Abrió sus brazos, levantó la mirada, cerró los ojos, soltó un breve suspiro y se dejó caer…
Sus brazos ya no lo fueron más, alas de metal tomaron su lugar, su piel lampiña había desaparecido y su dorado plumaje flameando con el viento se observaba ya.
Horas de vuelo le costó para encontrarlos, pero por fin los vio, los blancos barbudos yacían en ese lugar. Y como nunca antes sintió temor, Hanan Cuzco, la dinastía del sol, estaba en peligro…unas voces interrumpieron su conflictuado corazón.
—Señor, ya ha oscurecido, es hora de descansar, no hace mucho que desembarcamos necesitamos descansar.
—¡Bartolomé Ruiz, jamás descansa!, si es que logro volver a España no será con las manos vacías, yo busco la cuidad de oro y la voy a encontrar.
Huayna Capac lo supo, tal fría y codiciosa voz era su fin, el fin que estaba a punto de comenzar.
Seudónimo: Azul
Su líder, Huayna Capac, el joven rey y guerrero legendario, lucía cubierto de finas telas usando la simbólica mascaipacha, insignia de su poder, lucían glorioso. Sus flecos eran sujetados por un cordón de colores alrededor de su cabeza, al medio una borla roja con hilos de oro y adornada con un broche del que nacían vistosas plumas de la mítica ave corequenque, sentado en su trono de piedra tallada simétricamente de vistosos animales del lugar, su mirada fija hacia los ventanales con una chispa resplandeciente cual águila escondida en su mirar, inmaculado esperaba noticias del chasqui real, que raudo corría por todo el Kay Pacha, buscando algo nuevo que contar a su inca.
Tembloroso y cansado como nunca antes entro en el impecable salón y en sus pupilas puro terror solo mostro, fue tanta la oscuridad de su miedo, que al propio inca perturbo, ansioso este le ordenó que hablara.
—¡Oh, mi señor!, ni en la más remota travesía me imagine ver lo que vi hoy, parecían salidos del Uchu Pacha, como si el Dios Inti jamás hubiera tocado su pálida piel, barbudos como bestias y de ojos color mar, vestidos con plateado metal que acuchillaron mis ojos en cuanto los vi, con lanzas perfectas, montados en bestias peludas, buscando tal vez el camino a nuestra ciudad.
El Inca silencioso escuchó, se levantó de su trono, rodeando la sala, si eso era cierto la advertencia de su padre se cumpliría, y los blancos exploradores como los llamo en su lecho de muerte, terminarían con su nación.
Enrumbó hacia sus aposentos, lo descubriría el mismo…
El crepúsculo sin fin alumbraba sutilmente su alcoba, el ultimo rayo se encontró con sus pupilas, allí lo supo era el momento. Abrió sus brazos, levantó la mirada, cerró los ojos, soltó un breve suspiro y se dejó caer…
Sus brazos ya no lo fueron más, alas de metal tomaron su lugar, su piel lampiña había desaparecido y su dorado plumaje flameando con el viento se observaba ya.
Horas de vuelo le costó para encontrarlos, pero por fin los vio, los blancos barbudos yacían en ese lugar. Y como nunca antes sintió temor, Hanan Cuzco, la dinastía del sol, estaba en peligro…unas voces interrumpieron su conflictuado corazón.
—Señor, ya ha oscurecido, es hora de descansar, no hace mucho que desembarcamos necesitamos descansar.
—¡Bartolomé Ruiz, jamás descansa!, si es que logro volver a España no será con las manos vacías, yo busco la cuidad de oro y la voy a encontrar.
Huayna Capac lo supo, tal fría y codiciosa voz era su fin, el fin que estaba a punto de comenzar.
Seudónimo: Azul