Epístola al hombre que jamás mereció ser padre

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Aún siento frío, de ese que se adentra hasta tus huesos y  no te deja respirar, siento frío, mucho frío. Yo soy…hace tiempo no sé quién soy, me gustaría saberlo, solo sé que tengo la sensación de haber perdido algo muy importante, observo petrificada a mi alrededor y la situación parece empeorar, ya que desconozco todo lo que me rodea ¿Dónde estoy?, en mi mano solo tengo una pequeña venda color verde con manchas rojizas y hoyos profundos; así que decido indagar y rebusco en las paredes alguna pista que me ayude, mas todo me parece tan lejano, entre los diversos tonos grises en las paredes, la cama y ropero, no parece más que una cutre habitación con piso de tierra; pero muy acogedor; mi mano se siente vacía, siento que alguien mi mano sostenía y ahora solo tengo la leve calidez que grabaron sus digitales en la mía, quisiera retroceder mis pasos y saber la causa del agobio que me pesa y de repente, puedo percibir el delicioso chocolate almizclado que se elabora a fuego lento en la pequeña cocina del cuarto.
Es en este momento, cuando entra una mujer con un rostro tan afable que deseo no se enoje por estar allí, sin su consentimiento; pero esta tan ensimismada con su pequeña bebé en brazos que ni se da cuenta de mi presencia, mas la veo detenidamente y creo reconocerla; a lo mejor haberla visto en algún lugar, en alguna tienda, en algún sueño, la verdad  no sé si sea por la forma en que habla o por como sus pupilas se dilatan al hablar con su bebé o por ese atisbo de pena que intenta maquillar su mirada; pero un cálido rocío resbala por mi mejilla e inmediatamente se esfuma.
Creo que me desmayé, aún no recuerdo la última vez que probé bocado; pero el hambre abandono hace rato mi cuerpo y ahora quiero saber a dónde se fue aquella mujer con su criatura; sin embargo, creo ya no estar en su casa, ¿Cuándo me fui?, lo último que recuerdo es lo borroso que distinguí todo y luego nada. Mientras mis pupilas observan todos los dibujos llenos de vida y color, además pósters de My Little Pony en la pared, ¿Qué dibujito me habrá gustado cuando era pequeña?,   deduzco que en esta habitación vive una pequeña familia, hasta que me detengo en un pequeño portarretrato sobre la cómoda, es la misma mujer y esta con una niñita en los columpios, ambas se ven tan felices que me siento culpable por estar allí sin su permiso, me pregunto dónde estará su bebita, es entonces cuando me percato de la presencia de ambas; están sentadas jugando, probablemente un juego de mesa, incluso me da un poco de envidia la buena relación que ellas tienen, hasta que doy un respingo al notar que la pequeña, tal parece ser la de la foto, me señala; en ese momento me quedo estática intentando inventar alguna razón por la cual estoy allí, invadiendo su privacidad, felizmente es innecesario pues inmediatamente se une un señor al cual la pequeña reconoce como tío y empiezan a jugar al canguro, al avioncito e incluso la carga en brazos, en ese momento la escucho pronunciar papá y noto como alguien a mi costado se tensa, su mamá, o ¿solo me pareció?, pues ella se recompone al instante. Me parece tan increíble esta escena y este ambiente que aunque quiera seguir embriagándome de paz mis parpados se sienten tan cansados que me quedo rendida en el viejo sofá de la recámara; es entonces cuando veo a la pequeña a lado de un gran hombre de traje con una armadura de caballero hasta la cintura, siendo imposible distinguir su rostro, ella se ve radiante y tan feliz mientras aquel hombre la hace jugar, la carga y la mima, mas luego se marcha, la deja. Me levanto de un brinco al escuchar el llanto y los gritos de la pobre pequeña, realmente me parte el corazón verla así: ver como sus ojos cristalinos expresan todo lo que en palabras no dice, ver como en sus mejillas se forman ríos salados y como intenta limpiarlos y solo logra que se moje la poca piel seca que le queda, ver como llora desconsoladamente hasta el amanecer y parece dormir ya sea por cansancio o porque no le quedan lágrimas, ver como su madre se desmorona una vez la pequeña se duerme en sus brazos, ver como no dejo de llorar luego de ver eso, llorar hasta volver a dormir, y en sueños otra vez veo a la niñita con un señor, pero este es pequeño y robusto con una armadura, a quien llama papá y ambos juegan y se hacen bromas, además al mirar detenidamente al caballero, éste carece de rostro y luego se repite, él desaparece y la niña corre y corre tras él, ignorando la fragilidad de su cuerpo, ignorando sus caídas, ignorando su orgullo, al tener inclusive que arrastrarse y clamar ¡Papá! mientras de sus tersas mejillas resbalan lo que parecen ser la última esperanza de alcanzarlo.
Al despertar estoy a lado de la autopista en un acantilado cerca al mar, desde allí reconozco a la mujer quien lleva una linda venda verde en manos y a la niña con un overol blanco ambas se ponen a volar una cometa, la elevan tan alto que temo se rompa o incluso se lleve volando a la frágil pequeña; pero la escena me desconcierta mucho cuando ambas se paran a la orilla del gran acantilado, mientras la mujer con la expresión vidriosa y culpable, le cubre los ojos a la niña con su venda; corro e intento detenerlas, me sofoco, me asfixio y no las alcanzo.
Abro los ojos, me parece haber vivido una honda pesadilla, no obstante en la habitación solo está el tío de la pequeña, con el mismísimo purgatorio en el rostro, parece cargar un gran pesar sobre hombros, pero al ver sus brazos antes acogedores, ahora inertes y vacíos colgando de la silla o la habitación antes llena de júbilo y amor, ahora toda destrozada o sentir el fétido aroma que emana, siento resquebrajarse una parte en mí; saliendo de mis pensamientos me percato que él duerme y a su alrededor hay pequeños pozos de líquido y un gran charco de píldoras de muchos colores, además sobre la mesa también hallo una botella de licor vacía y una carta, aunque sé que estaría mal leerla, lo hago:

Querido hermano:
Siempre estuvimos juntos y después de que nuestro padre me desconociera como su hija lo estuvimos más, siempre apreciaré que hayas estado a lado mío,  cuando me enteré de la llegada de Melissa, a pesar que nuestros padres, nuestros vecinos me considerasen una mancha, me tacharan de perdida y   e incluso cuando su propio padre me lo reprocho, me humilló; no puedo creer lo ilusa que fui al creer en él, creer en ese final de cuento feliz, él me quito todo y no se lo reprocho yo se lo permití.
Lo siento, dicen que Dios no ahorca, pero yo ya me estoy asfixiando entre problema y problema, siento que él hace tiempo me abandonó, hace un mes perdí mi trabajo en la casa de Madame Sofía, aludiendo las marcadas ojeras que envejecen mi juventud, aludiendo las acequias marcadas a fuego sobre mi piel y los tantos permisos que le pido para estar con mi hija; he buscado trabajo, más nadie me quiere contratar porque todos los golpes que Dios me ha  dado ya se empiezan a notar en mi cuerpo; y encima, mi hija empeora cada vez más, a pesar de que la llevé al psicólogo ella no muestra avance, pues cose sus labios con aguja ardiente y no menciona  ni palabra alguna, ni siquiera a mí, a veces creo que me culpa por no haberle dado un padre, por el hecho de desconocerlo, por el hecho de haberla rechazado, por el hecho de tener un padre que nunca la amo; aunque ella no lo crea así, porque mientras duerme, mi angelito, no para de reír y decir papá; pero luego sigue despertando y solo grita y llora, ella llora hermano y me parte el alma verla llorar hasta el amanecer, me duele que cuando juega contigo te confunda con su padre y te diga ¡Papá, papito! y me duele más ver como ella espera una y otra y otra vez en la puerta de la casa que algún día su papá venga, toque la puerta y le diga ¡hija, he vuelto!
La verdad no sé cómo se lo imagine a su padre, no sé cuánto le duela no tenerlo, no sé si algún día me perdone por lo que haré. Hermano, hoy no regresaré a casa, ni mañana, ni nunca y mi hija tampoco regresará, por favor no busques a su padre ni le reproches nada, para mí murió toda relación con el cuándo me echo los perros con Melissa en brazos, mi Melissa ya no sufrirá: ni por mí, ni por su padre; ahora ella será un ángel.

El papel se desliza bajo mis fríos y morados dedos, me inunda el intenso sonido de la marea chocando con lo bajo del acantilado y el  dulce sabor del viento al chocar con mi rostro, siento pesar y también paz inundando mis fosas nasales, siento que me esperan y lentamente me voy haciendo más liviana, siento que todo me da vueltas, veo todo verde y caigo.
Es increíble revivir toda mi desdicha y la vida que ahora no me pertenece; yo quería vivir, quería ir al colegio, graduarme, recorrer el mundo, cumplir mis sueños y  una familia, familia que tenía y no la valoré, por seguir aferrándome al ser que creí me faltaba; los intento odiar: a mi padre por abandonarme y a mi madre por quitarme lo único que mi padre me dio, la vida; pero aún así los perdono y no un perdón cualquiera; los perdono, porque me permitieron en mi corta existencia sentir la más grande dicha y la más honda pena; te perdono a ti, mamá, por afrontar todas las adversidades del mundo al tenerme, por enfrentarte al mismísimo demonio vestido de prejuicios, por darme personas que verdaderamente me aman,  por amarme a pesar de tu mal día e infortunio, por no abandonarme y darme la oportunidad de llamarte mamá. Ahora sí Señor, puedo entender el porqué de tu regalo, el porqué darme una mami-papi, el porqué rodearme de tu incólume amor, mis lágrimas germinan al acabar estas palabras y al fin estoy preparada para mirar hacia la luz antes ensombrecida tras las nubes, la felicidad amenaza con salirse se mi pecho, pues allí los veo: ella, con toda la vitalidad recobrada y él con su tierna sonrisa; esperándome.

Seudónimo: Nayaraqfuny