[Volver al índice de obras]
Cuentan los sabios amautas, que detentaban el conocimiento incaico, a través de cuentos y leyendas que maravillaban a los pobladores de todos los puntos cardinales del imperio, que hubo una época en la que el cóndor (ave que hoy en día luce un plumaje oscuro y lúgubre) era una de las más coloridas aves creadas por las deidades más poderosas. Sus polícromas plumas eran incluso más bellas que el mismísimo arcoíris; además, existía una creencia muy difundida entre los habitantes del Tahuantinsuyo, esta consistía en lo siguiente: los apus habían dotado de poderes a cada una de las plumas que esta hermosa ave poseía; entonces, con solo obtener una aquellas hermosas plumas, al poseedor le era concedida la felicidad y la prosperidad, junto a una sensación de paz y rejuvenecimiento, por tanto, era un ave muy adulada.
Sucede también que por aquel tiempo, y debido a su exuberante belleza, el comportamiento del cóndor se volvía cada vez más arrogante. Su soberbia y su petulancia empezaron a acrecentarse (y creyendo que el hecho de ser hermoso lo hacía superior a las demás criaturas) trataba con desdén y desprecio a todos, sobre todo a los animales que se desplazaban por tierra, considerándolas rastreros e indignos de dirigirse a él.
En cuanto a su alimentación, esta solía ser muy exquisita: comía solamente los granos de maíz cultivados y cosechados por los sirvientes del inca en sus tierras más prosperas, los más finos del imperio y no toleraba ningún otro tipo de comida.
Como el ego y soberbia del cóndor crecía cada día más; la gente del pueblo se empezó a hartar de sus desplantes y comenzaron a mostrar su molestia y antipatía. Fue así que empezó a elucubrar un plan para ser nombrado rey de las demás criaturas; así, (pensó) le mostrarían nuevamente respeto y dejarían de aborrecerlo. Al principio intentó imponerse solo, pero los demás no le hicieron el menor caso, lo ignoraban; al no obtener resultado, intentó recurrir a un chamán que vivía entre las montañas más recónditas del imperio para que lo ayudara, pero este se negó:
—La magia que quieres está fuera de mi alcance, la Pachamama nos dio a cada uno un don, quien gobierna ahora es el inca, porque así está destinado a hacerlo, en cambio tú estás destinado a surcar los cielos del imperio deleitando a los demás con tu belleza e ir repartiendo la felicidad entre la gente – le dijo.
Al no lograr su objetivo con el chamán, el cóndor empezó a buscar otro modo de convertirse en el monarca. Sabía que la Pachamama no se lo permitiría, como le había anticipado el chamán; entonces, se le ocurrió pedirle ayuda al dios Inti que, como soberano total de la existencia en el imperio incaico, podría concederle el deseo de ser rey del resto de criaturas existentes. Fue así que un día el cóndor, cegado por su ansia de poder, se presento ante el dios Inti y le exigió (de manera irrespetuosa, por cierto) que lo convirtiera en el monarca de los cielos y la tierra, con las siguientes palabras:
—Señor Inti, aquí estoy, he venido a reclamar un justo trato por mi impresionante hermosura e imponente presencia. Soy sabio y hermoso, en este imperio de criaturas rastreras, nadie debiera oponerse a que un ser tan bello como yo sea quien los gobierne. Los pueblos que son enemigos nuestros se rendirán con tan solo verme y las guerras no serán necesarias para conquistar a otros pueblos, de modo tal que será más fácil fortalecer nuestro imperio, los cuatro suyos apreciarán mi nobleza de espíritu y mi belleza sin par se lucirá por todos nuestros dominios. Aumentará notablemente la producción de las chacras, pues la gente se sentirá más animosa a trabajar más con tan magnificente gobernante y esto nos llevará a una época dorada. No es poca cosa, como entenderás. Sé sabio y apresúrate en nombrarme rey del las criaturas insignificantes que tenemos en el imperio.
El dios Inti, indignado al ver su descaro, le reprochó:
—¡Te di belleza y el don de la prosperidad sobre las tierras que gobierno y aun así no presentas muestra alguna de humildad ni agradecimiento ante mí!, por el contrario, te atreves a presentarte ante mí y argüir que no te he dado lo suficiente, me exiges que te otorgue poder para gobernar sobre el imperio a pesar de que no has mostrado virtudes ni sabiduría en tu comportamiento y reclamarme de esta manera. Pregonas y te ufanas de tu belleza, pero has perdido la pureza de corazón y la humildad. Debido a la belleza de tu plumaje te has vuelto arrogante y perdiste aquellas valiosas virtudes con que te creé. Has sido corrompido por tu apariencia y tu moral ha sufrido este cambio maligno; por lo tanto, ¡te quitaré tu belleza!... para que vuelvas a ser humilde y aprendas a respetar a cada una de las criaturas del imperio. Además, ahora solo podrás alimentarte de los despojos de otros, serás un ave carroñera y te humillarás para conseguir tu alimento, como castigo por tu insolencia.
En ese instante las nubes cubrieron el cielo y ráfagas de aire empezaron a soplar fuertemente, el día que hasta el momento había sido despejado y soleado se tornó lúgubre y frío, las nubes se abrieron dejando un pequeño agujero por el cual un rayo de luz cayó directamente sobre el cóndor, quemándole las plumas de todo el cuerpo; las que tenía en la cabeza y el cuello se convirtieron en cenizas y las del resto de su cuerpo se quemaron y se oscurecieron.
Después de semejante suceso, el cóndor voló hacia un río para ver su reflejo. Grande fue su dolor al ver que había quedado desplumado de la cabeza y que sus colores bellos habían desaparecido, quedando solo la sombra de lo que alguna vez fue.
Humillado se marchó a la costa para evitar la vergüenza y allí vivió por un largo tiempo; empezó a comer los peces muertos que quedaron varados en la playa y los restos que dejaban los pelícanos y gaviotas. En ese periodo de exilio, reflexionó y se dio cuenta de que su mala actitud y su ambición lo habían orillado a aquella situación; entonces, regresó a los andes, dispuesto a aceptar el designio del dios Inti. Su vida ahora consistía en volar por los andes buscando carroña; sin embargo, se dio cuenta de que aún era grande y su vuelo seguía siendo elegante: razones más que suficientes para valorarse a sí mismo y empezar a revalorar y respetar a las demás criaturas.
Se reprodujo, pensando que sus hijos nacerían con su colorido plumaje original, pero sus hijos nacieron con la misma apariencia que él poseía en la actualidad, generación tras generación, no quedó cóndor alguno que atestiguara que hubo una época en que su especie se alzaba con una polícroma belleza sobre los andes, repartiendo felicidad a quienes lo vieran atravesar las montañas de la sierra.
Así fue cómo el cóndor perdió su colorido plumaje y cómo desde entonces emigra a la costa en verano, para recordar que su falta de humildad fue un grave error, pero vuelve a los andes surcando los cielos, en un vuelo magistral, en señal de respeto y con la humildad recobrada.
Seudónimo: Poeta mudo
Sucede también que por aquel tiempo, y debido a su exuberante belleza, el comportamiento del cóndor se volvía cada vez más arrogante. Su soberbia y su petulancia empezaron a acrecentarse (y creyendo que el hecho de ser hermoso lo hacía superior a las demás criaturas) trataba con desdén y desprecio a todos, sobre todo a los animales que se desplazaban por tierra, considerándolas rastreros e indignos de dirigirse a él.
En cuanto a su alimentación, esta solía ser muy exquisita: comía solamente los granos de maíz cultivados y cosechados por los sirvientes del inca en sus tierras más prosperas, los más finos del imperio y no toleraba ningún otro tipo de comida.
Como el ego y soberbia del cóndor crecía cada día más; la gente del pueblo se empezó a hartar de sus desplantes y comenzaron a mostrar su molestia y antipatía. Fue así que empezó a elucubrar un plan para ser nombrado rey de las demás criaturas; así, (pensó) le mostrarían nuevamente respeto y dejarían de aborrecerlo. Al principio intentó imponerse solo, pero los demás no le hicieron el menor caso, lo ignoraban; al no obtener resultado, intentó recurrir a un chamán que vivía entre las montañas más recónditas del imperio para que lo ayudara, pero este se negó:
—La magia que quieres está fuera de mi alcance, la Pachamama nos dio a cada uno un don, quien gobierna ahora es el inca, porque así está destinado a hacerlo, en cambio tú estás destinado a surcar los cielos del imperio deleitando a los demás con tu belleza e ir repartiendo la felicidad entre la gente – le dijo.
Al no lograr su objetivo con el chamán, el cóndor empezó a buscar otro modo de convertirse en el monarca. Sabía que la Pachamama no se lo permitiría, como le había anticipado el chamán; entonces, se le ocurrió pedirle ayuda al dios Inti que, como soberano total de la existencia en el imperio incaico, podría concederle el deseo de ser rey del resto de criaturas existentes. Fue así que un día el cóndor, cegado por su ansia de poder, se presento ante el dios Inti y le exigió (de manera irrespetuosa, por cierto) que lo convirtiera en el monarca de los cielos y la tierra, con las siguientes palabras:
—Señor Inti, aquí estoy, he venido a reclamar un justo trato por mi impresionante hermosura e imponente presencia. Soy sabio y hermoso, en este imperio de criaturas rastreras, nadie debiera oponerse a que un ser tan bello como yo sea quien los gobierne. Los pueblos que son enemigos nuestros se rendirán con tan solo verme y las guerras no serán necesarias para conquistar a otros pueblos, de modo tal que será más fácil fortalecer nuestro imperio, los cuatro suyos apreciarán mi nobleza de espíritu y mi belleza sin par se lucirá por todos nuestros dominios. Aumentará notablemente la producción de las chacras, pues la gente se sentirá más animosa a trabajar más con tan magnificente gobernante y esto nos llevará a una época dorada. No es poca cosa, como entenderás. Sé sabio y apresúrate en nombrarme rey del las criaturas insignificantes que tenemos en el imperio.
El dios Inti, indignado al ver su descaro, le reprochó:
—¡Te di belleza y el don de la prosperidad sobre las tierras que gobierno y aun así no presentas muestra alguna de humildad ni agradecimiento ante mí!, por el contrario, te atreves a presentarte ante mí y argüir que no te he dado lo suficiente, me exiges que te otorgue poder para gobernar sobre el imperio a pesar de que no has mostrado virtudes ni sabiduría en tu comportamiento y reclamarme de esta manera. Pregonas y te ufanas de tu belleza, pero has perdido la pureza de corazón y la humildad. Debido a la belleza de tu plumaje te has vuelto arrogante y perdiste aquellas valiosas virtudes con que te creé. Has sido corrompido por tu apariencia y tu moral ha sufrido este cambio maligno; por lo tanto, ¡te quitaré tu belleza!... para que vuelvas a ser humilde y aprendas a respetar a cada una de las criaturas del imperio. Además, ahora solo podrás alimentarte de los despojos de otros, serás un ave carroñera y te humillarás para conseguir tu alimento, como castigo por tu insolencia.
En ese instante las nubes cubrieron el cielo y ráfagas de aire empezaron a soplar fuertemente, el día que hasta el momento había sido despejado y soleado se tornó lúgubre y frío, las nubes se abrieron dejando un pequeño agujero por el cual un rayo de luz cayó directamente sobre el cóndor, quemándole las plumas de todo el cuerpo; las que tenía en la cabeza y el cuello se convirtieron en cenizas y las del resto de su cuerpo se quemaron y se oscurecieron.
Después de semejante suceso, el cóndor voló hacia un río para ver su reflejo. Grande fue su dolor al ver que había quedado desplumado de la cabeza y que sus colores bellos habían desaparecido, quedando solo la sombra de lo que alguna vez fue.
Humillado se marchó a la costa para evitar la vergüenza y allí vivió por un largo tiempo; empezó a comer los peces muertos que quedaron varados en la playa y los restos que dejaban los pelícanos y gaviotas. En ese periodo de exilio, reflexionó y se dio cuenta de que su mala actitud y su ambición lo habían orillado a aquella situación; entonces, regresó a los andes, dispuesto a aceptar el designio del dios Inti. Su vida ahora consistía en volar por los andes buscando carroña; sin embargo, se dio cuenta de que aún era grande y su vuelo seguía siendo elegante: razones más que suficientes para valorarse a sí mismo y empezar a revalorar y respetar a las demás criaturas.
Se reprodujo, pensando que sus hijos nacerían con su colorido plumaje original, pero sus hijos nacieron con la misma apariencia que él poseía en la actualidad, generación tras generación, no quedó cóndor alguno que atestiguara que hubo una época en que su especie se alzaba con una polícroma belleza sobre los andes, repartiendo felicidad a quienes lo vieran atravesar las montañas de la sierra.
Así fue cómo el cóndor perdió su colorido plumaje y cómo desde entonces emigra a la costa en verano, para recordar que su falta de humildad fue un grave error, pero vuelve a los andes surcando los cielos, en un vuelo magistral, en señal de respeto y con la humildad recobrada.
Seudónimo: Poeta mudo