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En medio de esta ciudad ruidosa, llena de edificios y largas calles no muy tranquilas; ya que hay demasiado tráfico e inseguridad. Bajo este cielo gris, recuerdo el pueblo, sus historias que cada vez son más escasas. Recuerdo el amanecer de aquellos días: como se abría la mañana con el fuerte viento y se iban descubriendo lentamente los paisajes. Recuerdo a los pájaros, volando sobre los frutales, presagiando visitas, penas y alegrías.
Yo sentado en la acera miro el caminar pausado de Pilón, cojeando, cojeando. Y observo mis recuerdos, mientras tomo una gaseosa.
—¿Esta es mi historia? — me pregunto, esperando escuchar una respuesta.
Y entonces recuerdo las charlas de aquellos días, junto a los niños del pueblo y claro; cuando conocí a Chuyi, mi gran amigo, aquel día como olvidarlo. Chuyi era un niño que trabajaba ayudando a las señoras del mercado todos los días después de la escuela. Vino del Colca —el gran cañón— decía sonriente mientras recordaba su pueblo.
Era un huérfano de la vida, sin familia conocida, sin navidades, pero con una gran historia; el abandono lo había hecho más grande. Era un poco serio, de cuerpo delgado, sus ropas ya gastadas y sus ojos más avispados que el mismo cóndor.
Nos conocimos un día de lluvia inusual. Cuando queríamos sacar a un perrito que había caído al canal y era arrastrado por el agua.
—¡Rápido, rápido… que se ahoga! Gritábamos desesperados.
Recuerdo que de un salto él (hablo de Chuyi) se metió al canal que parecía un mar embravecido; mientras los demás le sosteníamos la mano, él ya con el agua hasta el cuello, trataba de sacarlo.
Y después de un largo rato logramos salvar al animalito. Con una pata lastimada, temblaba indefenso, aferrando su cuerpecito al pecho mojado de Chuyi; parecían haberse encontrado en este mundo de indiferencias y abandonos.
—Seguramente lo arrojaron al canal —nos dijo tembloroso Chuyi; yo suspiré no sé si aliviado o entristecido. Pensando, cómo muchas personas pueden arrojar al canal a los cachorros recién nacidos.
Desde aquel día, nos volvimos inseparables, sin importar nuestras diferencias; Chuyi, Pilón (era el nombre que le habíamos puesto al perrito) mis amigos y yo. Recorríamos el pueblo, juntando cosas que la gente desechaba, para armar nuestro pequeño mundo (un escondite donde podíamos jugar y conversar), en una casa abandonada que está a la margen derecha del parque. Chuyi era el más entusiasmado.
Después de varios días, cuando ya teníamos nuestra mesa, que la armamos con tablas viejas, dijo:
—¡Al fin algo nuestro!
Y así teníamos más cosas, en aquel pequeño mundo, bajo un mismo cielo, donde todos éramos iguales, incluso Pilón, que ya había crecido nos acompañaba en nuestra aventuras, enfrentando peligros, recorriendo lugares; sin importar nada más, porque así somos los niños. Ahí se contaron las más bellas historias que aún no olvido: de monstruos, vampiros, curas sin cabeza.
Chuyi era el que más emocionaba, un silencio acompañaba sus relatos.
—“Un día me quedé dormido en la montaña, mientras pastaba las ovejas, de pronto un cóndor volaba sobre mí en círculos, pensando que ya estaba muerto, pero al ver que me despertaba; volaba asustado —contaba mientras simulaba con sus brazos el vuelo del cóndor.
Maravillados lo escuchábamos; sentados bajo un viejo techo que escurría lentamente el sol por sus agujeros. Pero cuando los vientos parecían llevarse nuestro cielo, es decir el techo; hasta Pilón se estremecía y corríamos a sostenerlo para que no se cayera.
Fueron días felices, de vivencias sin igual; las cosas cambiaron para bien ya no peleábamos y aprendimos a respetar a la naturaleza, Nuestro pequeño mundo, era distinto, éramos distintos.
Un día, alguien preguntó en el pueblo por Chuyi, era un familiar que él no conocía, vino a buscarlo se fue, cambio de rumbo. Nos despedimos de él, con mucha tristeza, esperando que regresara algún día, al menos en vacaciones; pero los años pasaron y hoy que tengo a Pilón ya encanecido aun esperamos encontrarnos.
Y bajo este mismo cielo, con otro amanecer, con otras calles cada vez más ajenas, con pájaros sin colores, Chuyi, Pilón y los demás nos encontraremos para continuar nuestra historia.
Seudónimo: Aldair
Yo sentado en la acera miro el caminar pausado de Pilón, cojeando, cojeando. Y observo mis recuerdos, mientras tomo una gaseosa.
—¿Esta es mi historia? — me pregunto, esperando escuchar una respuesta.
Y entonces recuerdo las charlas de aquellos días, junto a los niños del pueblo y claro; cuando conocí a Chuyi, mi gran amigo, aquel día como olvidarlo. Chuyi era un niño que trabajaba ayudando a las señoras del mercado todos los días después de la escuela. Vino del Colca —el gran cañón— decía sonriente mientras recordaba su pueblo.
Era un huérfano de la vida, sin familia conocida, sin navidades, pero con una gran historia; el abandono lo había hecho más grande. Era un poco serio, de cuerpo delgado, sus ropas ya gastadas y sus ojos más avispados que el mismo cóndor.
Nos conocimos un día de lluvia inusual. Cuando queríamos sacar a un perrito que había caído al canal y era arrastrado por el agua.
—¡Rápido, rápido… que se ahoga! Gritábamos desesperados.
Recuerdo que de un salto él (hablo de Chuyi) se metió al canal que parecía un mar embravecido; mientras los demás le sosteníamos la mano, él ya con el agua hasta el cuello, trataba de sacarlo.
Y después de un largo rato logramos salvar al animalito. Con una pata lastimada, temblaba indefenso, aferrando su cuerpecito al pecho mojado de Chuyi; parecían haberse encontrado en este mundo de indiferencias y abandonos.
—Seguramente lo arrojaron al canal —nos dijo tembloroso Chuyi; yo suspiré no sé si aliviado o entristecido. Pensando, cómo muchas personas pueden arrojar al canal a los cachorros recién nacidos.
Desde aquel día, nos volvimos inseparables, sin importar nuestras diferencias; Chuyi, Pilón (era el nombre que le habíamos puesto al perrito) mis amigos y yo. Recorríamos el pueblo, juntando cosas que la gente desechaba, para armar nuestro pequeño mundo (un escondite donde podíamos jugar y conversar), en una casa abandonada que está a la margen derecha del parque. Chuyi era el más entusiasmado.
Después de varios días, cuando ya teníamos nuestra mesa, que la armamos con tablas viejas, dijo:
—¡Al fin algo nuestro!
Y así teníamos más cosas, en aquel pequeño mundo, bajo un mismo cielo, donde todos éramos iguales, incluso Pilón, que ya había crecido nos acompañaba en nuestra aventuras, enfrentando peligros, recorriendo lugares; sin importar nada más, porque así somos los niños. Ahí se contaron las más bellas historias que aún no olvido: de monstruos, vampiros, curas sin cabeza.
Chuyi era el que más emocionaba, un silencio acompañaba sus relatos.
—“Un día me quedé dormido en la montaña, mientras pastaba las ovejas, de pronto un cóndor volaba sobre mí en círculos, pensando que ya estaba muerto, pero al ver que me despertaba; volaba asustado —contaba mientras simulaba con sus brazos el vuelo del cóndor.
Maravillados lo escuchábamos; sentados bajo un viejo techo que escurría lentamente el sol por sus agujeros. Pero cuando los vientos parecían llevarse nuestro cielo, es decir el techo; hasta Pilón se estremecía y corríamos a sostenerlo para que no se cayera.
Fueron días felices, de vivencias sin igual; las cosas cambiaron para bien ya no peleábamos y aprendimos a respetar a la naturaleza, Nuestro pequeño mundo, era distinto, éramos distintos.
Un día, alguien preguntó en el pueblo por Chuyi, era un familiar que él no conocía, vino a buscarlo se fue, cambio de rumbo. Nos despedimos de él, con mucha tristeza, esperando que regresara algún día, al menos en vacaciones; pero los años pasaron y hoy que tengo a Pilón ya encanecido aun esperamos encontrarnos.
Y bajo este mismo cielo, con otro amanecer, con otras calles cada vez más ajenas, con pájaros sin colores, Chuyi, Pilón y los demás nos encontraremos para continuar nuestra historia.
Seudónimo: Aldair