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Éramos solo ocho chicos abandonados y fugitivos pues lo que hacíamos en un día común como cualquiera no era algo que nos traía orgullosos, si, somos delincuentes, no sé si podríamos llamarnos pandilla mas solo sé que lo único que tenía cada uno de nosotros era en si a nosotros mismos, es posible que suene cursi o tierno escucharlo viniendo de una persona que lo único que hace es no respetar la leyes, a las personas y hasta incluso a la vida misma. Pero era hermoso como cada día nos uníamos y juntos luchábamos contra este asqueroso mundo que nos rodea. Y para ganarnos la vida cometíamos delitos por un costo demasiado bajo, para tal vez, quizá poder vivir cómodamente.
Cierto día recibimos una oferta la cual se nos fue imposible rechazar pues tenía una encantadora y tentadora paga, pues nosotros la necesitábamos. Así fue como don Daniel Lamarco, un reconocido doctor cardiólogo, que por su flojera y estremecedora falta de juicio nos pidió que le lleváramos el cadáver de una persona recién muerta y dijo algo sobre que quería su corazón, mas no nos quiso decir los motivos.
Nosotros queríamos la paga lo más antes posible, entonces una vez llegada la noche en un olvidado zoco de nuestra ciudad se encontraba una señora con numerosas bolsas de compra, que vestía con ropa modesta y humilde, seguida de un muchacho, de asumo, unos catorce años. No perdimos más tiempo y sin pensarlo nos abalanzamos sobre la señora y la golpeamos en la cerviz con tal fuerza que quedó inconsciente.
Nosotros queríamos al muchacho, ese era nuestro punto blanco desde un inicio y estando allí aquella señora nos causaría varios inconvenientes.
Acorralamos al chibolo y antes de que procediéramos a matarlo y llevarlo con el doctor, nos empezó a implorar por su existir, de hecho nos empezó a decir lo mucho q le gustaba vivir, de todo lo que era capaz por ello y que a aquella señora que habíamos dejado inconsciente era su madre a la cual amaba muchísimo, en eso se nos ocurrió una idea de cómo ahorrarnos esa desagradable tarea de asesinar y pues le planteamos una propuesta…
Llegó la noche y entregamos el cuerpo, nos pagaron lo prometido, por un momento nos sentimos mal con un sentimiento de remordimiento mas era una de las cosas con las que lidiábamos día a día.
A veces me pongo a pensar. ¿Nosotros tenemos la culpa de nuestra suerte y desdicha? ¿Es por nosotros que en este mundo no vale la pena existir, es nuestra culpa y solo nuestra que las calles sean inseguras, que cada persona tenga que rezar a todos sus santos para poder volver a casa, ya que en un segundo ya no pueden gozar del sufrimiento de esta vida?
Nosotros no somos culpable de nada. No hay más culpable que nuestras madres, por habernos hecho nacer, por desperdiciar nueve meses en nuestra insignificante formación, por mantenernos con vida. ¿Y para qué? Si al haber abandonado aquel acogedor vientre materno en el cual estábamos protegidos de la vileza del mundo, perdimos aquella gran inocencia pura y hermosa que teníamos en algún momento.
Aquellas que con amor y dolor nos trajeron a sufrir. Saben y en su mente claro está, que de todo lo en lo que pudieron fallar su mayor error fue darnos a luz, que no importo lo que tuvieran en mente para nosotros. Ya pues todos terminamos como harapientos pulgosos, sin escrúpulos, sin nada bueno que ofrecer, sin nada que gozar, sin nada que temer y lo peor de todo… Que terminamos siendo ¡Nueve errores!
Seudónimo: Timy Jimy
Cierto día recibimos una oferta la cual se nos fue imposible rechazar pues tenía una encantadora y tentadora paga, pues nosotros la necesitábamos. Así fue como don Daniel Lamarco, un reconocido doctor cardiólogo, que por su flojera y estremecedora falta de juicio nos pidió que le lleváramos el cadáver de una persona recién muerta y dijo algo sobre que quería su corazón, mas no nos quiso decir los motivos.
Nosotros queríamos la paga lo más antes posible, entonces una vez llegada la noche en un olvidado zoco de nuestra ciudad se encontraba una señora con numerosas bolsas de compra, que vestía con ropa modesta y humilde, seguida de un muchacho, de asumo, unos catorce años. No perdimos más tiempo y sin pensarlo nos abalanzamos sobre la señora y la golpeamos en la cerviz con tal fuerza que quedó inconsciente.
Nosotros queríamos al muchacho, ese era nuestro punto blanco desde un inicio y estando allí aquella señora nos causaría varios inconvenientes.
Acorralamos al chibolo y antes de que procediéramos a matarlo y llevarlo con el doctor, nos empezó a implorar por su existir, de hecho nos empezó a decir lo mucho q le gustaba vivir, de todo lo que era capaz por ello y que a aquella señora que habíamos dejado inconsciente era su madre a la cual amaba muchísimo, en eso se nos ocurrió una idea de cómo ahorrarnos esa desagradable tarea de asesinar y pues le planteamos una propuesta…
Llegó la noche y entregamos el cuerpo, nos pagaron lo prometido, por un momento nos sentimos mal con un sentimiento de remordimiento mas era una de las cosas con las que lidiábamos día a día.
A veces me pongo a pensar. ¿Nosotros tenemos la culpa de nuestra suerte y desdicha? ¿Es por nosotros que en este mundo no vale la pena existir, es nuestra culpa y solo nuestra que las calles sean inseguras, que cada persona tenga que rezar a todos sus santos para poder volver a casa, ya que en un segundo ya no pueden gozar del sufrimiento de esta vida?
Nosotros no somos culpable de nada. No hay más culpable que nuestras madres, por habernos hecho nacer, por desperdiciar nueve meses en nuestra insignificante formación, por mantenernos con vida. ¿Y para qué? Si al haber abandonado aquel acogedor vientre materno en el cual estábamos protegidos de la vileza del mundo, perdimos aquella gran inocencia pura y hermosa que teníamos en algún momento.
Aquellas que con amor y dolor nos trajeron a sufrir. Saben y en su mente claro está, que de todo lo en lo que pudieron fallar su mayor error fue darnos a luz, que no importo lo que tuvieran en mente para nosotros. Ya pues todos terminamos como harapientos pulgosos, sin escrúpulos, sin nada bueno que ofrecer, sin nada que gozar, sin nada que temer y lo peor de todo… Que terminamos siendo ¡Nueve errores!
Seudónimo: Timy Jimy