La fuerza de la libertad

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El viento frío de la tarde corría alrededor del pueblo transportando la nieve que caía sin parar del cielo sobre las casas del casi desolado pueblo, los pocos habitantes que vivían allí estaban resguardados en sus viviendas combatiendo el crudo invierno por el que estaban pasando. Se notaba que el lugar había sido propiedad de algún hombre sumamente que rico que lo había abandonado precipitadamente y sin molestare en nada, pero actualmente todas las casas estaban casi en escombros.
En una de las calles un hombre esperaba inmutablemente, mientras tiraba un cigarrillo apagado al suelo donde ya había un par de ellos pisoteados. Un grueso saco colgaba de sus hombros protegiéndolo del correr del viento y estaba ya cubierto por la nieve que iba cayendo silenciosamente sobre él. El olor a tabaco que emanaba de su espesa barba y su robusto rostro combinaban con su mirada centrada en el blanquecino paisaje al pisar la colilla que acababa de soltar.
Miró atentamente a los lados de la vacía calle antes de revisar el bolsillo de su saco verificando su contenido, su pesado reloj en la muñeca le indicó que era el momento de empezar.
Emprendió su tranquila marcha siguiendo algún misterioso camino marcado solo por sus pensamientos, cruzó el decrépito pueblo hasta llegar a una de las tantas casonas abandonadas. Se detuvo en la acera de la misteriosa casona y durante unos segundos se dedicó a observarla. Cualquiera hubiera creído ver duda en su rostro, en cambio este mostraba un sentimiento más profundo e indefinible.
Las pesadas rejas de la entrada chirriaron al abrirse y el inmaculado piso de nieve fue mancillado por sus pasos. Al llegar a las podridas puertas de la estancia retiró los escombros que cubrían una disfrazada entrada y se agachó procurando no hacer ruido al pasar. Cuando pasó sacudió las astillas y el polvo que habían caído sobre él mientras advertía todo el interior en busca de algo. De repente su mirada se detuvo decidida.
Desde su posición logro divisar unos gastados escalones que conducían a la segunda planta. Caminó hacia ella y comenzó a subir, al pisar los escalones un ruido sordo llenó la casa y una fina capa de polvo era lo único que parecía tener vida allí. En el momento que en que dejó los escalones una débil luz al fondo del pasillo le mostró lo que había esperado por mucho tiempo.
La trémula luz lo guio a la última de las abandonadas habitaciones del corredor. Evitando importunar el silencio en torno a él introdujo la mano en su bolsillo para sacar una magnum recientemente limpiada. Preparó el arma y al abrir la puerta la luz bañó lentamente su rostro.
El viejo estaba sentado en el suntuoso sillón de cuero gastado. En el enviciado aire del cuarto se sentía el moho y la humedad de la vieja madera en descomposición. La oscura repisa de la chimenea estaba cubierta de polvo y los pedazos de carbón y cenizas se esparcían sin reparo sobre las gastadas tablas del suelo. En medio de todo aquel abandono y suciedad la figura del viejo resaltaba por su elegancia y limpieza, su piel estaba cuidada del difícil clima y en su vestimenta se notaba el esplendor de épocas pasadas. La habitación en la que se encontraba tenía las paredes enmohecidas y el papel tapiz estaba sucio y descascarado. Detrás del sillón de cuero había una pequeña ventana cubierta por una persiana entreabierta que apenas dejaba entrar un poco de luz.
La mesa frente a la cual estaba sentado era de una madera antigua que había sido cuidadosamente trabajada pero con el tiempo había perdido su peculiaridad. El anciano se encontraba con la cabeza recostada en el sillón mientras sus labios cantaban en silencio la triste carrera de toda una vida, empezó a mover su pie como signo de impaciencia, escuchando el sonido de las manecillas del caro reloj de bolsillo que se encontraba en su mano extendida ante él.
Los papeles que reposaban sobre la mesa cuidadosamente arreglados y el buen negocio que le traería al viejo dibujaron una maliciosa sonrisa en su arrugado rostro.

La magnum apuntaba amenazantemente a un anciano sorprendido y el hombre con saco que la sostenía tenía una mirada fría e impasible. Mientras él se acercaba lentamente a la desesperada víctima que buscaba incesantemente un escape para su agobiante situación. Con la mano tanteó el bolsillo en el que guardaba el arma, pero la furiosa mirada del hombre frente a él hizo que se detuviera.
—¿Qué quieres? ¿Quién te envía? —dijo el anciano imponiendo su voz.
Los labios del hombre ni se inmutaron, pero su mano respondió apuntándole a la cabeza al anciano, este carcajeó súbitamente y posó sus hundidos ojos en el intimidante rostro.
—Ah, ya veo. ¿Eres tú? De alguna forma supuse que me encontrarías, si hubieras demorado tan solo un momento ya sería demasiado tarde.
El viejo se relajó lentamente seguro de lo que iba a proseguir y sin ninguna expectativa. Se acomodó en su sillón y alisó lo poco que se había arrugado de su traje con los últimos acontecimientos. Respiró tranquilo y apoyó de nuevo su cabeza en el asiento.
—Bueno, ¿Qué esperas? —Agregó indiferente.
El hombre miró detenidamente la habitación intentando conectar el entorno con el gastado anciano que ahora se tendía en el sillón esperando su muerte sin angustiarse.
—¿Cómo pudiste hacerlo? Rebajarte a esto cuando lo tenías todo —replicó furiosamente él.
El otro no se movió ni dio señales de haberlo oído.
—Solo me queda algo por hacer, y será un alivio.
El viejo rio maliciosamente.
Un disparo sordo interrumpió el marchito silencio de todo el pueblo; algunas aves volaron solitarias hacia el grisáceo cielo de la noche y las ratas salieron corriendo de sus escondites.
En la vieja mansión un hombre yacía muerto en el suelo de una habitación, el gran porte del hombre hacía dudar sobre la causa de su muerte pero el charco de sangre que emanaba de su cabeza y la pistola tirada a su costado dejaban fuera toda duda.
En la mesa de la habitación un papel arrugado violentamente era el único testigo de lo que acababa de suceder.

Seudónimo: Dear Watson