LA DIALÉCTICA DE LA ESPERANZA
(Gustavo Andrés Orosco Zavala)
(Gustavo Andrés Orosco Zavala)
[I.E.P Saco Oliveros Lima - 2016]
Su repertorio mental lleva esculpida al rojo vivo la nueva letra demoníaca e inquieta, su alma brilla como el enceguecedor fulgor de Venus visto durante el primer amanecer vislumbrado, su cuerpo ha obtenido nuevas manos con las que palpará su existencia, sus sentidos despiertan y sueñan con ansias las sensaciones, sus pasos dejan huella de un místico sentimiento de seguridad y firmeza. Sabe lo que deseó al venir al mundo, aun cuando la arrogancia de este se opuso y ofreció como respuesta a su deseo glorioso la condenatoria sentencia de sepultar las lucernas, esta faena era su continua locura. La insurgencia es reflejada en estos símbolos que tocan la puerta y, bajo la intrínseca mirada objetiva, sueltan un pinchazo en el esternón, una bofetada existencial, una electricidad imperecedera. Su triunfo es el cambio hiperactivo y la ruptura de columna vertebral de la realidad, su objetivo es hacer pisar los ardientes rescoldos de la vida consciente.
Ahora un aire de intensidad es notable en su andar: tiene una meta. Él desea que las densas nubes adormecedoras que adornan su ciudad se disipen y que la luz entrante por la rendija de su anhelo sea gozada por cada ser existente. Lee y lee, y no dejará de leer, pues ya lo posee el espíritu de la autenticidad, y nunca lo abandonará. Al vencer un párrafo, al conocer a un punto, él recuerda con temor y furia su existencia antes del resplandor simbólico.
Es un día común, la zozobra con la melancolía son una, la ruina es aceptada bajo el concepto del azar y la predestinación. El universo, que es ínfimo, se deja habitar por los caminantes de espaldas, dueños solo de armaduras de cadáveres, y no son más que marionetas de entes que poseen los hilos del sol y de la luna. Cada día los titiriteros envían heraldos portadores de ideas asfixiantes e irrisorias que se repiten en las esquinas de las calles, grabado como el humo en el cielo, como el odio en el alma. Es el suyo un mundo contaminado donde gobierna la santa creencia de simplicidad y sumisión hacia la relatividad de los valores universales.
La belleza se ha apiadado de los humanos. Ha descendido de lo sublime a confundirse con el atuendo; las bellas y largas alas que alguna vez ostentó con delicadeza animal y con la ligereza del despertar yacen enterradas en algún manual de hechicería o magia. Lo “bello” es un nuevo tipo de ego, una forma de arrogancia; ya no es contemplación que purifique, el deseo lo ha corrompido, ahora es un fantasma que divaga entre el fluctuante engaño de la liberalidad y los parámetros psicosociales.
Mundo donde ser ídolo significa ser portador del emblema de la superficialidad y llevar máscaras para no sentir la vergüenza de mostrarse como uno mismo. La pérdida de la individualidad termina coloreando a todos del mismo tono; sus juicios, sus cuitas, sus júbilos son uno. El gigante ha nacido amorfo y desdichado. Los adoradores de ídolos, los caminantes de espaldas, no cambian las verdes hojas que coronan sus cabezas, ni el triste lodo que arrastran con sus pies.
Cada día se burla del anterior ya que son mellizos, y porque son huérfanos, se creen con el derecho de llevar en la sangre alguna clase de sentido maligno. Los alaridos desgarradores son la única música que revolotea queriendo conocerlo todo. Al sentir los estruendos infernales, los caminantes de espaldas con la mirada en el suelo danzan al mismo compás.
La justicia repudia la metáfora a la cual rinde cuentas, perdida en el Reino de las Ideas corre escapando de sus perseguidores; la naturaleza del equilibrio ha sido manchada con la superstición del control, y bajo tal falacia existen los compradores de su interpretación. La verdad tiene un destino similar, ahora es un llanto de cobardía y aprecio.
Temiendo lo peor, sus pobladores se conglomeran en una torre de Babel que frenéticamente intenta escapar de la vorágine. Sus moradores no se comprenden, cada uno enarbola su propia bandera, y las lenguas parecen fragmentarse más y más. Ellos también disfrutan la verticalidad, por unos peldaños más arriba, sus habitantes creen gozar de más clase. Se dice que hay gente que huye despavorida o insulta sin escrúpulos al escuchar el vocablo “igualdad”.
Arrojada la sombra de la utopía al desenlace final y siniestro a cada alma que asoma su soledad se resigna a perderse en el vacío de la ignominia. La soledad no es eterna, es compartida; el temor y el orgullo ontológico crea “lo uno” y también crea la necesidad de pertenencia al clan de sangre y cuitas. Pero el hombre es bestialidad y razón, mientras más se dome a la razón, la bestia aprenderá a expresarse brutalmente en la leyenda urbana del subdesarrollo.
Aun siendo opacado por ideales pretéritos y mancillado por la neblina del presente, un ser existencial no teme su aparición, él es el presente en acto y es futuro en potencia. Los augurios de un nuevo mañana son gemidos de la falta de razón común; sin embargo, él sabe que la normalidad es una patraña como la infelicidad eterna o las leyes que funcionan ahora. He aquí el altruismo resplandeciente, níveo y primigenio: la meta está en la cabeza de la realidad.
Destellos, silencio, eclipse y cruce de espadas son el inicio del duelo. Las venas y el aire salpican emoción, las espadas hacen presión sobre su acanaladura. Su armadura contiene la respiración imaginándose ser una mezcla de idealismo y materialismo. Hay llanto, melancolía y nostalgia en el humano, pues no puede agraciarse por la sombra de un compañero de armas; aún siente el pesar de la culpa por la decisión tomada con entera voluntad. Los combatientes tienen sus propias maneras de blandir el arma; el insurgente, aquel que conocemos bien, posee un mandoble pesado y hecho con los siglos, sus cortes son del pasado, su fuerza es sacada del sufrimiento y arrepentimiento, además, cada ataque salpica su cabellera con el blanco de su última meta. En cambio, el mundo, hecho por todos y manejado por pocos, refleja en su cintura diversos artilugios, venenos y dagas; su cimitarra lleva grabada signos incomprensibles, pero tan repetidos como los tatuajes en todo su cuerpo; con armadura de diamantes refleja cada partícula de luz, no sin antes haber absorbido la pureza de la felicidad.
El mundo desenvaina la daga más larga que obtuvo y apunta hacia el abdomen de su contrincante, este nada puede hacer ante un ataque así.
—Ten tu ansiada libertad, ve como fluye tu libertad, así fluirá tu pensar y tu ideal; como la arena se pierde en el desierto, como el vacío del universo. Sombra de ti quedará y podré confundirla entre la totalidad de mis inventos, has repetido el ciclo de tus muchos predecesores, y soltarás la espada como ellos.
La furia desborda al divergente, su ascendencia insultada debe ser vengada. El tiempo es una jugada más, así que, con todas sus fuerzas, dirige su mano libre hacia la zona herida y apretando los dientes, sudando, con la mirada enrojecida se arranca la daga. El dolor es inmediato, deja escapar un gemido, un grito de batalla. No hay forma que esto termine por un ataque tan bajo como este, la soledad no ha sido corregida, ni mucho menos ha dejado de fluir el veneno que corrompe al adversario.
—Tal vez fallezca en poco tiempo, tal vez no podré disfrutarte nunca más; pero si logro hacerte derramar tu esencia, si logro que sucumbas al mínimo capricho mío… ¡DEMOSTRARÉ QUE ERES MORTAL!
Un corte en el aire hace retroceder al mundo, y otro lo empuja al sur, chocan las espadas por segunda vez. En ese momento de catarsis todo el vivir pasa en sueño rápido y confuso. Del caos, un recuerdo de felicidad satura el paladar y se asoma como el amanecer al rebelde.
Estaba en el campo, donde los colores son más vivos, donde la naturaleza derrama el hechizo del canto de las sirenas. A su lado mora un niño de cabello desordenado que continuamente interroga a nuestro rebelde en un intento por encontrar el arjé. Ven las flores crecer y la pregunta surge al igual que ellas ¿Qué es la vida?; llega el invierno y consigo trae el silencio profundo al color del campo, ¿Qué es la muerte?; regresa la primavera y con todos los cambios, ¿Karma, Dios, ciencia, metafísica? El rebelde responde con pasión las preguntas, siempre recordándole que la mente es débil, que el aprendiz puede superar al maestro, que la perfección no existe. Los dos humanos se nutren, y la tierra obtiene la beldad de la buena crianza.
El día del adiós se acerca con paso ligero, este soñador ha logrado conseguir algo más que un adepto o seguidor, ahora puede pronunciar el vocativo “hijo”. El adiós no lleva lágrimas sino promesas de ideales y un regalo para su hijo.
—Este es uno de mis libros favoritos, pero tenerlo y entenderlo serán un peso que deberás soportar por el tiempo que la verdad, la tenebrosa verdad, sea derribada. Teniendo en mente eso... ¿Quieres leerlo?
—¡Si señor! —los ojos del joven muestran una furia dialéctica y su manera de pasar las páginas revelan la pasión del alma, aquella pasión que nunca se extinguirá. —Gracias... ¡No lo defraudaré!
Abriga el ideal que nace de su hijo, y con orgullo camina por el escarpado sendero hacia la batalla predicha. Conjugándose en las líneas de tiempo y de la mano del recuerdo y el presagio, avanza sin titubear en el clímax de la adrenalina, su cuerpo viaja y la consciencia se funde con el conocimiento. Levanta el mandoble, el mediodía proyecta la sombra de un formidable ataque y…
Seudónimo: Pulsatio