Cortesía y culpa

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Es de día en un  pequeña ciudad, y en las casas de cemento los grandes señores junto a su esposas despiertan de un sueño largo y especial. Hoy es la gran boda del señorito Arnold Benerict y la elegante señorita Lissa Yupanqui, dos familias adineradas se unían para toda la vida, y mientras, la gente aún se preguntaban sobre el origen de la fortuna de la familia Benerict, se desconocía por completo el negocio o trabajo que tenían.
Las campanas resuenan con  alegría, y la gente de la ciudad comenzaba a llenar los asientos de la iglesia, vestidos con su ropa más fina y elegante. Un carruaje sobre el camino de piedra con gran  aceleración  se acercaba, con una bella dama vestida de blanco dentro se detuvo justo en la última campanada.
El padre de la hermosa novia la ayudo a bajar de aquel elevado carruaje, y antes de entrar a la capilla, discretamente se acercó a la novia para hablar:
—Aun estas a tiempo de cancelar esta ceremonia —susurró en el delicado oído de su hija.
Sin embargo la dama dirigió su mirada hacia su futuro esposo con gran tranquilidad y amor en sus ojos. La respuesta era muy obvia por lo que decidió no decir nada más.
La tradicional música de bodas, resonó en toda la capilla de manera suave y lenta. El sacerdote ha comenzado con los votos matrimoniales, y mientras, el padre forzaba una sonrisa arrugada hasta que todo termine; los anillos ya han sido colocados y el beso dio a conocer que la ceremonia ha acabado.
Al día siguiente las vidas de cada habitante fue la de siempre, al igual que los nuevos esposos que comenzaron a vivir en la mansión de los Benerict. Arnold se despide con un beso en la mejilla de su esposa, saliendo con un maletín oscuro y un sombrero con copa. Los caminos de la ciudad se hacían largos para aquel elegante caballero que caminaba con prisa hasta su destino; un edificio de tres pisos se alzaba frente a su rostro y al caminar hasta la entrada, con delicadeza cubre su cara con el sombrero negro que tenía. Con un aspecto incógnito sube las escaleras hasta el segundo piso, parándose frente a la puerta que tenía el número “10”, ahí se encontraría con el hombre a cargo de su fortuna. Con  su mano izquierda toca cuatro veces de manera lenta y serena, y espera cinco segundos para girar la perilla de aquella puerta. Sus manos se mantenían rígidas al momento de quitarse su sombrero, agachando su cabeza en signo de vulnerabilidad.
—Siéntate, querido hijo —un hombre de aspecto sombrío apoyaba su s codos en  el escritorio mientras que sus dedos se entrelazaban cubriendo parte de su cara. —perdón si no asistí a tu boda.
—No hay problema —dirigió su mirada hacia aquel hombre que llamaba “padre”
Su padre le mostró en sus manos un folder de color azul. El joven Arnold recibe el folder y da un vistazo al contenido de lo que recibió, para terminar guardándolo dentro de su maletín. Con un movimiento de cabeza decide despedirse para  retirarse de aquella habitación. Al pasar por la puerta, vuelve a colocarse su sombrero para dirigirse a la salida y cumplir con su trabajo.
La imponente figura de Arnold caminaba bajo el sol de medio día, tratando de buscar a su víctima según la dirección que tenía. A lo lejos una joven dama,  salía de un edifico de apenas dos pisos. El reloj marcó las 3  de la tarde, hora del almuerzo, donde la mayoría dejaba las calles para comer en sus casas, pero desgraciadamente ella no. Cantidad de caminos en aquella avenida, y decidió pasar por un callejón, que termino sin salida. La bella mujer al darse cuenta, voltea para irse de aquel lugar, sin embargo alguien detiene su cometido al imponerse en el camino estrecho.
—Buenas tardes, señorita Katherin —con el sombrero tapando su rostro se inclina en forma de cortesía— disculpe interrumpir su ida, pero me han encargado eliminarla. No tardare demasiado —alza su mirada hasta ella con una sonrisa que calmaría a cualquiera.
Arnold empezó acercarse de manera lenta hasta la joven dama, obligándola a retroceder por  miedo a las palabras dichas.
—Pero como soy todo un caballero, le daré ventaja para que intente huir. —la misma sonrisa permanecía en el rostro de aquel caballero.
Aquella señorita, sin dudarlo rodea a su atacante, para empezar a correr hacia la salida, pero antes de poder salir del callejón, es detenida por un balazo en su cabeza, cayendo en el duro y frio suelo. Lo bueno de esta ciudad, es que podías matar a cualquiera y nadie sabría quien fue,  porque a nadie le interesa la vida de sus prójimos.
Este era el misterioso trabajo de la familia Benerict, esto era la rutina diaria de nuestro querido Arnold Benerict, que se caracterizaba por su cautela y sus modales durante sus crímenes; y sin importar a quienes mataba su cara no mostraba pena ni culpa alguna. Hasta ahora no ha sido descubierta  este negocio por ningún habitante gracias a su ordenada planificación y la eliminación de los obstáculos.
Arnold terminaba su trabajo de manera puntual a las 5  de la tarde  todos los días. Y con su ropa limpia, su maletín negro y su sombrero de copa, regresaba gozante de tranquilidad a su casa junto a su esposa  para deleitar de una cena exquisita. Es una nueva  noche, y la cena esta vez sería diferente, ya que la esposa de Arnold, descubrió algo muy interesante:
—Mi amiga Katherin ha desaparecido misteriosamente, hace semanas que no regresa, y la verdad  me siento muy preocupada —su  mirada era triste al  hablar sobre aquella noticia.
Aquellas palabras sorprendió a su querido esposo, no creyó que alguien se daría cuenta de la desaparición de aquella mujer vulgar y odiosa; sin embargo, el conoce a su amada Lissa, es la mujer más pura y noble que nunca había conocido, realmente  la amaba, y verla triste por el acontecimiento le dio una pisca del culpa en su alma sádica. Pero no puede decir nada, ella lo odiara si cuenta algo sobre su trabajo.
Otro día más, la ciudad despierta tranquila sin saber lo que pasa en sus calles. La misma rutina de Arnold continua, el beso de despedida con su esposa para después ir ante su padre y recibir el encargo de homicidio. Sin embargo la nueva víctima  lo obligara a negarse por primera vez
—No lo haré —con una voz  seria y decidida, dirige firmemente su mirada hacia el jefe— es el padre de mi amada, y no estoy dispuesto a cometer tal atrocidad.
—… —hubo un momento de silencio por parte del señor Benerict— Jaajajajaja —una risa vil y sin empatía se escuchaba del hombre en frente— has matado a gente vieja muchas veces, y ¿a culpa de tus sentimientos te negarás?, pensé que no te agradaba aquel decrepito.
—Sí, pero mi querida Lissa lo ama, su perdida podría matarla de pena.
—Te aseguro que no será la pena  lo que la mate —aquella situación produce una mirada amenazante junto a una voz ronca y seca de parte de su padre.
Esas simples palabras asustaron a Arnold, sabía que no tenía opción, y a pesar de realizar el trabajo mataran a su esposa, ahora siente la culpa de marcarle como un obstáculo a su propia mujer.
No era necesario leer informe completo, ya sabía la dirección de aquel obsoleto viejo, solo tenía que ir a casa. Con una actitud sombría, decide regresar y tocar la puerta para ver por última vez el alegre rostro de  su amada.
—Amor, regresaste temprano —expresó una sonrisa hermosa que hacía sentir aún más dudoso y culpable a Arnold.
—¿Dónde está tu padre? —con la voz decaída pregunta seriamente a su esposa
—En la sala, ¿por qué?
De manera brusca a parta a su esposa, para dirigirse hasta el señor Yupanqui que se encontraba sentado en un sillón. Al verlo cerca se detiene frente a él, para apuntarle con un arma en dirección a su cabeza. Y sin dudarlo jaló  del catillo para dar fin a la vida del hombre:
—Querido suegro, perdonadme —observó el cuerpo— y perdóname por lo que hare ahora—de manera decidida voltea su cuerpo para estar frente a su amada y poder hablarle.—no tengo otra opción, si no lo hago, ellos te harán sufrir y te torturaran. Prefiero que mueras por mis manos.
—¿Es acaso esto amabilidad? —el rostro de la chica solo expresaba paz y empezó a caminar en dirección a su padre— siempre fuiste un hombre cortés, solo haz lo.
Las manos de Arnold empezaron a templar, de sus ojos empezaron a caer lágrimas y con determinación jala el gatillo para terminar con el sufrimiento y comenzar una vida de culpa, por ser el causante de la muerte de la única persona que amaba.

Seudónimo: Oublier