El corazón del cielo

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Todo comenzó con una pequeña intermitencia, una simple anomalía, algo inusual en ese entonces, tan inofensivo. Cuando lo vio venir fue como un escalofrió tan rápido y silencioso que no le dio la debida importancia.
Loren estudió meteorología, su niñez marcada por los incesantes vientos en agosto, las lluvias en verano, y el intenso sol resplandeciendo en abril sin duda atrajeron mucho su interés en los constantes cambios y variaciones que presentaba el clima respecto a su temperatura, precipitaciones y vientos.
Trabajaba en una agencia de turismo, pero su pasión se concentraba en analizar los fenómenos de la naturaleza. El silencio no era algo que ella conociera, al estar rodeada de la naturaleza lo menos que encontraba era la soledad, el viento correr o la simple brisa llenaba de paz sus agitados pensamientos.
«¿Que prefieres el clima o el tiempo?».
(El clima, la estabilidad, deseo ello) «El tiempo, sin duda, lo pasajero es mejor que lo permanente».
Llegó como un huracán, lo cual era extraño para la época del año y hasta para el lugar en el que ella residía, nada en si tenía coherencia ¿Un huracán en Arequipa? ¿Esto era realidad?, ¿En serio podría considerarse como un hecho?
—Los tiempos están cambiando —se escuchó decir a sí misma.
—El tiempo revela la actividad de los fenómenos en un lapso de uno o más días, solo es una variación —se autoconvenció.
—Tal vez el calentamiento global ha avanzado muy rápido —se volvió a convencer.
—El calentamiento global solo sigue un mismo proceso sin duda tendría que tener continuidad —se cuestionó a sí misma.
—El efecto invernadero ¡Eso es! —se convenció.
«El aumento de las temperaturas en la atmósfera produce un calentamiento de la temperatura de la superficie del mar que a su vez contribuye a generar huracanes más fuertes».
—¡PERO NO HAY MAR! —increpó.
Las nubes obstruyendo su cerebro y las corrientes eléctricas no se hicieron esperar, sin duda una época de caos, repentinamente el sol vislumbraba y la lluvia le hacía competencia, la nieve empezaba a caer, sin duda fuera de lo cotidiano y lo normal.
—Solo es el tiempo- se reconfortaba a sí misma, —solo es algo pasajero, no es para siempre —se repetía.
El huracán tan prominente, se acercaba cada vez más, tan ruidoso, tan prevenible, podía huir, podía haberlo hecho, pero sus pies tan pegados a la tierra se lo impedían o eso quería pensar para no entrar en la posibilidad que en verdad Loren quería ser envuelta por el huracán, que quería atraerlo a sí misma, que anhelaba que la abrasara fervientemente, pero al mismo tiempo deseaba que se vaya, que se disipe.
«El problema no radica en ellos, el problema es que no sé cómo tratar con ellos», recuerda haber dicho la última vez que vio a su madre.
En ese entonces pensó erróneamente que se refería a los fenómenos que alteraban las ciudades, las que estuvo investigando, nada del otro mundo, solo días encerrada en su habitación recopilando información sumados con días supervisando los lugares de los acontecimientos.
Ahora ella podía asegurar que sin lugar a duda no se refería a ese tipo de fenómenos, no lo hacía y su madre lo supo antes que ella, pero no tuvo la generosidad de compartírselo.
«Sentimientos», pensó, tan molestos, tan superfluos.
—Para que se forme un huracán es necesario que haya agua tibia vientos ligeros en la parte superior de la atmosfera y que el aire este húmedo.
«Es muy difícil que se genere un huracán en el país, básicamente improbable, debido a que la corriente de Humboldt, una corriente bastante fría, modula las zonas costeras del país, por lo tanto, mantiene las temperaturas de agua de mar inferior a ese umbral», recordó lo que había escuchado decir a un especialista de la Subdirección de Predicción Meteorológica del Senamhi.
El huracán seguía avanzando y poco a poco fue abrazando a Loren, y sin darse cuenta o con la conciencia totalmente sombría llego al ojo del huracán donde en si todo era más calmo, se fue cautivando con aquel lugar, la tranquilidad atmosférica no ayudaba a no querer quedarse, allí no había ni lluvias, nubes, ni vientos veloces que la podían atormentar, solo había tranquilidad y pequeños cosquilleos en su estómago de felicidad.
«La realidad del caso es que tú no sabes cuándo las condiciones nuevamente van a empezar a empeorar».
—Son más fuertes antes de tocar tierra —escuchaba latir a su corazón, acelerado como nunca.
—Los huracanes pierden fuerza al tocar tierra.
«Generalmente los huracanes comienzan como simples depresiones tropicales, que se van alimentando de humedad en función de las temperaturas del aire y del mar, alcanzando diferentes grados de desarrollo, siendo progresivamente más dañinos, hasta que se disipan».
—¿Y qué pasa cuando llegan a la Tierra? —recuerda haber preguntado cuando aún era estudiante.
—Se debilitan cuando tocan tierra, porque ya no se pueden alimentar de la energía proveniente de los océanos templados, así al igual que llegan, se van.
—¿Está segura de poder mantenerlo por siempre? —preguntó sabiendo la respuesta.
—No —respondió, sabía que no iba a ser así, cuando ella entro en el centro del huracán fue sensacional, sin duda mágico, pero el aterrizaje no lo fue, cayó rápidamente hacia el suelo, sin ningún tipo de protección. solo contra el frio y duro pavimento, el cosquilleo en el estómago desapareció y solo el irritable dolor de la caída permaneció.
«Solo es el tiempo, solo es algo pasajero, no es para siempre», recordó lo que había dicho con anterioridad y se dio cuenta que en ese entonces no pudo estar más equivocada.
El clima siempre tan constante, el tiempo tan momentáneo, pero tan letal que ante veintitrés años de clima los destruyó con solo unas semanas.
«Loren, te amo».
«Lo siento Loren, no estoy enamorado de ti».
—Lo sé.

Seudónimo: Aeris