Ceniza mía

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Arden las palabras: silabario de ceniza. 
A esta hora olvido todo aquello que me recordaba tu nombre. 
Tú te alejas y llegas a un lugar que nadie conoce. 
¿Ahora, quién podrá interpretar la expresión de tus silencios?

Quisiera que mi sangre manche tus huesos,
y la ausencia, la palabra, y el olvido sean sólo para siempre,
pero podrías huir de mis palabras,
mientras cumplo sagradamente con este oficio de olvidarte cada día.

Escupe sobre mi sombra,
detén un poco mis amarguras,
toma mi triste pedazo de vida, huye, huye con todas tus fuerzas,
con todas mis heridas y deja que muera lentamente
este imposible animal que llevo conmigo.

Flaca, llegas a mí con tu forma de mujer despeinada,
ensangrentada, confundida y con los labios partidos en tres, 
pronunciando las silabas desesperadas de mi nombre.

Flaca, guárdame una ración de pecado, 
un frío como de muerte en el centro de tu pecho, 
un quejido color de tus labios y una despedida que no deje nada en tu lugar.

Flaca, soy tu loco animal, el camino de los dioses. 
Soy el viento que se cuelga en tu esqueleto, 
soy el silencio que nadie quiso escuchar. 
Y allá lejos mi pobre amor, se muere de asfixia por el instante de tus ojos.

Eres esa niña que peina sus mejillas y trenza sus cabellos. 
Te recuerdo bellísimo animal de carne y hueso, 
de cabellos y alma errante. Humo que se lleva el viento

Flaca ahora somos el tiempo que nos queda, 
apenas tus pasos se encaminan se produce sal en mis ojos. 

Ahora te escribo como quien tiene el más grande de los delirios. 
Yo fui el que lamia tus heridas y tu alma, 
el que sabe del sabor de tu sangre y ahora el de tu olvido.

No soy nada cuando me veo en tus ojos, 
esa profunda muerte o ausencia que me llama cada día. 
No quiero que desgranes en mis manos tu pasado.

Flaca, lo del amor está sobrevalorado, 
por favor nunca dejes ese maquillaje que dices ser.

Flaca, si sólo pudiera coger mi cadáver y verte a ti en la distancia 
incendiando tu sombra, si sólo pudiera ser el fuego que te había ceniza mía.


Mis manos, esas manos que besabas cerrando los ojos, 
guárdalas en el centro de tu pecho. 
Mi cadáver o lo que quede de él, hazlo viento. 
No permitas que nunca más sea fuego, 
recuerda el origen del fuego que supo incendiar tu piel.

Seudónimo: Jhon Hijo de la Lluvia