Cárceles en Necrópolis

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Siento acercarse el fin del mundo, siento la destrucción de los edificios en Japón y la caída de la Casa Blanca en Estados unidos, siento las agitaciones de las extremidades de la gente causadas por un tsunami en Chile, siento como cada grano de arena cae al abrirse la tierra, siento la desesperación de los cinco continentes, siento como el cielo se rompe extinguiendo el ocaso y oigo mis propios gritos que con un suspiro de vida piden ayuda. Todo esto siento en un minuto, que se repite cada hora de cada día, y de la nada, lágrimas transitan sin autorización alguna por mis mejillas, con un sentimiento enorme de soledad, que crea la tortura de no saber el porqué, y me pregunto, el porqué ¿de qué?, pues eso tampoco lo sé, pero sé que si hay algo que tengo que solucionar en mí.
Me encuentro en mi habitación, un poco de música melancólica, un café, un libro sobre mi escritorio y la típica preocupación de un domingo por la tarde: "Mañana tengo clases".
Al final de una discusión con tu madre, lo último que piensas es en disculparte con ella, y así me hallo ahora, echada en mi cama, mirando a la pantalla de mi computador y sentirme inefablemente triste.
Me recuesto un momento, cierro los ojos y al abrirlos es otro día, inexplicablemente percibí como nueve horas pasaron en un segundo, la sensación no ha desaparecido aún, pero eso es lo de menos, ahora tengo otros asuntos en que preocuparme. Me toca la rutina de cinco días, que al parecer, es mejor que un fin de semana en casa, pero aquí estoy y eso es lo bueno. Pasaron el primer y segundo bloque de estudios, es momento del receso, salí del laboratorio con Sophia y como era de esperarse, nos sentamos en la vieja banca del césped, conversamos mirando como jugaban los alumnos de un grado inferior al nuestro, segundo de media, un partido de fútbol, ella estaba entusiasmada, a comparación mía que solo le seguía el juego, hizo una observación sobre el cuerpo de uno de ellos, lo calificó como "cuerpo de hombre", exactamente no sabía a qué se refería, hizo que observara bien.
—Mírale la espalda ancha —mencionó, y sí, a pesar que era de baja estatura, tenía una espalda muy simpática, estos son los populares comentarios estúpidos adolescentes que escucho, digo y pienso una vez al día.
Ella lo llamó, al acercarse, soltó una carcajada y le dijo:
—Amy dice que tienes una bonita espalda —me quedé helada y no tuve otra opción que reírme vergonzosamente y contestarle que no fui yo. Pasamos los cinco minutos restantes del receso junto a Frank, el de la espalda bonita, conversando sobre otros compañeros y maestros. Al finalizar mi día escolar, me dirigí a casa, aún seguía molesta por la discusión de ayer con mamá, pero no pude evitar saludarla, me serví el almuerzo y fui a mi habitación una vez más. Parecía encontrarme débil, donde mis recargas de energía se realizaban solo en mi habitación y en la escuela, no iba a otro lugar y por primera vez en mi vida, me sentí encarcelada y sin salida, me preguntaba como saldría cuando pase aquel fin del mundo del que tanto siento, la respuesta era clara, no lo haría.
Me acostumbré tanto a las peleas de papá y mamá, que no se me hace raro escuchar sus gritos y ni hablar de aquellas frases que siempre oigo como cena: "Eres tú el culpable", "ella nunca pasa momentos en familia", "¡es momento de que la corrijas!", entre otras. ¿Tenía algo que ver yo en sus discusiones?, ¿por qué mamá siempre hacía tantas diferencias?, ¿por qué justamente discutían cuando más quiero escucharlos?, ¿por qué tenía que ser el tema principal de sus agresiones? y aunque parezca mentira, esto me afecta demasiado, mis lagrimales llenos y mis llantos silenciosos se convirtieron en mi oración de cada noche. Solo me recuesto y finjo que nada pasó.
Nuevamente, el tiempo ha logrado ganarme, ha pasado un mes, y Frank no ha dejado de hablarme desde aquel día, lo bueno de esto es que hice un nuevo amigo, somos tan distintos, pero me agradan tanto nuestras diferencias, que he podido ver la sinceridad de una amistad. Es curioso que todo esto lo piense un domingo ¿y por qué?, porque hace cuatro semanas aproximadamente, la sensación de aquel fin del mundo latía en las paredes de cada rincón que veía y ahora solo logro percibirlo en momentos como este, he tenido sueños que se han convertido en pesadillas, pero jamás he tenido pesadillas que se conviertan en sueños, aunque esto es mucho más sublime.
En este tiempo, encontré la diferencia de mi casa y la escuela, la respuesta era simple; todo era una cárcel, mi casa y para ser más específicos, mi habitación, era como mi celda, en cuanto la casa en general, era el penal, cada habitación era mi celda vecina de un prisionero e incluso de dos si nos referimos a mamá y papá; y la escuela, es como el patio del penal desde mi punto de vista, donde podemos encontrar distintos grupos y bandas, donde, al igual que un penal, reina el abuso y agresión, hay líderes, también hay "pelotitas", ni hablar de la homosexualidad y los abusos que se presencian día a día. Y ahora que lo pienso mejor, todo coincide, y si generalizamos un poco más, el distrito en el que vivo, el cual es considerado por la ciudad como "El distrito en estado rojo", se me hace más bien como un cementerio, a pesar de que tenemos cementerio, es mucho peor, no me cabe en la cabeza todos los sucesos horribles que han ocurrido aquí, es una especie de domo el que nos diferencia de los demás distritos, bueno fuera para bien, pero es todo lo contrario, es más que un simple distrito, es una "Mini ciudad de la muerte”, llamémosle Dead City o Necrópolis, cualquiera es lo mismo, pero no cambia el hecho de que se ha convertido en un portal directo al infierno, el diablo es el alcalde aquí y nadie dice nada. Todos estamos tan preocupados en nosotros mismos, que nos damos cuenta de lo que pasa en el frente de nuestros ojos,  me he dado cuenta que no soy la única que está en una cárcel, todos los inquilinos de Necrópolis somos prisioneros de nosotros mismos, estaba equivocada, el penal no es mi casa, el penal en sí es Necrópolis, cada casa es un pabellón y como toda casa presenta un número que la diferencia, pues igual se diferencia de los demás pabellones, todo parece aclararse como una lágrima intentando salir. Todos somos egoístas e indiferentes, pero lo que nos hace pertenecientes a esta cárcel es que ninguno ha intentado escapar, siempre nos imaginé como grupos producidos por diferencias morales, religiosas y políticas, pero va más allá de eso.
Siempre me dijeron: “Que tus sueños sean más grandes que tus miedos", pero no tengo sueños ahora, fueron destruidos poco a poco con las hirientes palabras de mamá, aunque no los destruyó a conciencia, pero lo hizo. El miedo es mi mascota ahora, y al decirle mascota, no me refiero a que lo puedo manejar, una mascota para mí lo más puro y grande que puede haber, por lo tanto, a tal comparación, el miedo me ha consumido, se ha apoderado de mis diez sentidos, los cinco que percibo con el cuerpo con los que experimento el mundo y los otros cinco los que percibo con mi alma: las emociones, las pérdidas, el olor del perfume de mi padre y demás; de mis dos corazones, el que bombea sangre y el que está clavado de estacas; y de mis cuatro pulmones, con los que respiro, y los de mi alma, los que ya no funcionan. Me ha absorbido a tal punto de no querer a nada ni a nadie.
Ya son dos meses que pasan y nada parece cambiar en mi pabellón, los mismos maltratos y actos de siempre. Cuando salgo de mi celda y veo a Sophia, Frank y demás compañeros, siento caerme en pedazos, y la sensación del fin del mundo me late a mil por hora. Parecía ir todo bien antes, al menos solo con ellos, pero Frank no me ha vuelto a hablar y Sophia tampoco, no como antes, en aquel patio salieron rumores que me hacían ver como el propio Adolf Hitler, me dieron a entender que querer cambiar estaba prohibido, peor que eso, era un pecado condenado a la muerte. Y es que pensé que las personas cambian, quizá para bien o para mal, pero una no siempre quiere ser la misma, pero veo que no, que si siempre fui reservada, solitaria, deprimida… Me moriría así también.
Ahora el tiempo no solo me gana, sino también me daña cada vez que lo hace, ¿el tiempo cura? FALSO, no para mí, estoy creando una clase de atmósfera a mi alrededor, todo se va desgastando con el pasar de las semanas, no es el mismo material de antes, ahora todo está empeorando, las horas se me hacen días, pero al menos respiro, pero no es lo mismo a estar viva, ya ni si quiera sobrevivo. En mi celda, debajo y en la esquina de mi cama, encontré una cuchilla oxidada y polvorienta, sentí como mi alma se separaba de mi cuerpo, me vi y no fue ante un espejo, al recogerla, temblaba toda la habitación y de pronto veía todo a blanco y negro, una imagen distorsionada como una televisión de los 80's, soplé el polvo que había en aquella cuchilla y viví en carne propia la destrucción de aquellos edificios en Japón, cada trozo, cada parte de mí se rompía, la sensación más horrible que había sentido en mi vida, pero no era todo, al caer el polvo al piso, sentí verdaderamente la caída de la Casa Blanca en Estados Unidos, sentí como caí junto a ella, sentí el dolor y la ruptura de miles de mis huesos en ese momento, sin saber lo que hacía, sujeté la cuchilla, y con todas las fuerzas que me quedaban apunté el filo hacia mi antebrazo derecho me corté suavemente, rompiendo tejido por tejido, presencié como se abría la tierra, sentí que se abría mi propio pecho, al ver las gotas de sangre caer sin parar, entré en el papel de granos de arena que se caían a aquella apertura, sentí caerme al abismo más de diez veces, todo empeoró cuando una lágrima cayó a las heridas, me ahogué en mí misma, y sí, sentí vivir un tsunami real, no podía hablar y me ahogué con mis propias palabras que no salían de aquella garganta, quise gritar y no pude, estaba acabando con mi paciencia, golpeando cosas sin sentido, fue cuando sentí lo peor y lo máximo que podría soportar, toda la tristeza, impotencia y la desesperación de cada rincón, ciudad, país y continente de la tierra, caí al piso, lo había destruido todo, el foco de mi habitación había reventado sin ninguna razón o quizás yo lo había hecho, cayeron los vidrios por todos lados, y en el techo ya no se veía aquel color naranja que era reflejado por el foco, ahí presencié la ruptura del cielo y la extinción del ocaso, todo se vuelve negro ahora, no soporté más y quebré con mi mano el vidrio de mi ventana que se encontraba en el tercer piso, sin pensarlo un segundo más me aventé y al fin pude gritar, soy testigo de mis propios gritos pidiendo auxilio.
La diferencia de la primera vez que sentí venir esto, es que no se volvería a repetir y que obviamente no se comparaba a nada de lo que acabé de sentir. El porqué, recién lo descubrí, y la respuesta no era como tal, era una necesidad, y ¿de qué?, de vivir, en Necrópolis me encontraba muerta, y  he vuelto a nacer. Entendí que respirar no es lo mismo a vivir y que aquellas sufridas ideas y el exagerado dolor que sentía por todo, era por eso, por mi necesidad de querer estar vida, mi frustración de la monotonía y el miedo a nunca poder conocer lo que es vida. Ahora me veo recostada en una camilla de un "hospital" pero ahora como estoy, yo lo veo parecido a un balneario abandonado, aún sigo encarcelada, pero pasó lo que debió pasar para que todo mejore. Veo algunos presos de mi pabellón acercarse, con agradecimientos, llantos, flores y demás, tras escuchar al doctor decir "Ella murió".

Seudónimo: Venas Azules