En el fondo de mi pecho vives
intacta como remota esperanza
porque estoy hecho de esa tierra,
bañado por ese sol y ese río de eternas melodías,
que llevo yo en mis ojos negros,
para no sentirme tan lejos y tan solo,
como otros llevan su sombra y su destino.
Hoy, mañana y siempre, en silencio te recuerdo
como aroma dulce del terrestre suelo.
Al cerrar mis ojos veo el Misti,
bajo un cielo azul y estrellas que me guían.
Al abrir mis ojos veo el río,
hacia él desciendo como riachuelo herido
para mojar mis penas y limpiar mis ojos.
Sueño en el regazo de tus verdes campos,
mecido por el aire de los días y las noches,
aquellas que yo no tengo aquí,
en esta tierra hostil que me abraza,
con sus uñas blancas y su bastón enfermo.
Heme aquí sentado a orillas de otro río,
escribiendo tu nombre en estas aguas y este aire
para que los vientos lo dispersen, en el universo todo,
y otros causes infinitos, lo rieguen por el mundo entero.
Y no estas aquí conmigo a mi lado, bajo este cielo gris
que raspa mis sueños, y los sueños de otras gentes.
Pero estas aquí, en mi frente peregrina,
enviandome energía para seguir en el camino.
Y en este día, grande como un sueño,
revigoriza tu rebelde voz,
y afirmate por siempre en la tierra,
para defenderte del silencio y del olvido.
(Porfirio Mamani Macedo - París, agosto, 2007)