Una melodía para el bosque

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—¿Quién eres? ¿Dónde estás?
Era un soldado extraviado entre el bosque tras sobrevivir en la lucha de su pueblo. El tiempo alteraba al joven humano, al no recibir respuesta. No se sabe a quién se lo cuestiona, tan solo su mirada buscaba entre la neblina que cubría cada parte del lugar donde permanecía.
—¿Por qué te escondes?
Su voz se hacía cada vez más fuerte en su llamado a una respuesta; pero su mirada se perdía en la neblina que cubría el bosque, cegando su panorama por completo. La soledad le parecía algo inquietante al creer que simplemente perdió la cordura, pero al poco rato después de tanto pensar consiguió lo que tanto esperaba.
—Estoy frente a ti —respondió una voz gruesa frente al humano— ¿Acaso no me puedes ver?
El hombre se mantuvo callado, ante la voz de la presencia que no observaba; era cierto que no alcanzaba a ver nada. Su vista solo miraba la neblina o es lo que él pensaba.
—¡Mientes! no hay nadie frente a mí... solo puedo observar la neblina del bosque —respondió dudoso de sus palabras.
—¿Cuál es tu nombre joven mortal? —cuestionó la presencia desconocida.
Por segunda vez, el hombre permaneció en el silencio por el miedo de un supuesto ser invisible. Ya el temor lo dominó por completo, su mente le decía correr, pero al tener la vista cegada le daba la inseguridad de escapar del bosque.
—Tu nombre ¿Cuál es? —preguntó impaciente el ser anónimo.
—George —respondió temeroso el guerrero— dime ¿Quién eres tú?
—No hay problema —dijo aquella presencia dispuesto a responder— Soy un espíritu de este bosque en una forma terrenal, denominado Scov.
—Nunca he oído hablar de ti —dijo el joven George— ¿Cómo es que ahora te presentas ante mí?
El silencio era algo favorito de ambos, ninguno mencionó palabra alguna; George esperaba las palabras del espíritu llamado Scov, y con su mirada aun intentaba encontrar el cuerpo de la presencia que tanto cuestionaba.
—¿Dónde estás? —preguntó preocupado mientras giraba su cuerpo— ¿Por qué no te puedo ver?
—Te he cegado con la neblina, ahora ella vive dentro de tus ojos —dijo con una voz molesta— No volverás a observar la luz hasta que cumplas mi pedido.
La mirada de George aún estaba perdida; pero al escuchar a Scov, analizó cada palabra, calmando su temor. Cumplir el pedido no será algo malo; pero el orgullo de un guerrero era algo peligroso. Recuperó la seriedad en su mirada y en su voz, levantándose del suelo creyendo tener en frente al espíritu. Será algo arriesgado decir lo que piensa; pero no le importa, con gusto aceptará su muerte.
—No temo a lo que no puedo ver, y al cegarme ya sabrás lo que me haces sentir en este instante —mantuvo sus palabras de una manera retadora— no tengo necesidad en recuperar la vista, busca a otro quien te cumpla tu deseo que no soy yo quien lo hará.
George se mantuvo callado, esperando el enojo por parte del espíritu Scov al negar su petición Pero la sorpresa fue del joven soldado al escuchar al espíritu.
—No te puedo obligar a cumplir esta petición mía —dijo Scov de manera tranquila en su voz— pero sé muy bien que volverás. Aunque mi pedido era simple: Era traerme una melodía hecha por el corazón de uno mismo. Si cambias de opinión vuelve cuando quieras trayendo  lo que pedí, y te devolveré la vista.
Con esas últimas palabras de Scov, se desapareció de los sentidos de George. Ya no se pudo sentir algo cerca, o alguna presencia frente a él. La humedad de la niebla desapareció, y el calor de los rayos del sol lo cubrían como un manto en su armadura sucia y rota. El día le dio por sorpresa. Al parecer era la primera luz de la mañana, que el ya no podía ver. Y con las pocas fuerzas que le quedaban, empezó a caminar intentando no chocar contra un árbol o una roca, pero era inútil, se tropezaba con las ramas en los senderos del bosque cayendo bruscamente al suelo. Su desesperación era grande hasta que escuchó los trotes de un caballo cerca del lugar donde estaba
—¡Ayuda!
Cada grito, lo hacía cada vez más fuerte atrayendo a la persona montada sobre el caballo. El trote se detuvo;  ahora eran unas pisadas que se dirigían hacia George y al quedar frente al soldado se arrodilló, para poder ayudarlo a pararse dirigiéndole hasta el corcel. El cuerpo de la persona se sentía algo frágil y delgado, era seguro que era mujer. George quería hablar, pero fue interrumpido por la voz de su salvadora.
—Ha pasado cinco años y al fin regresaste a casa  ¿Cómo fue que acabaste así, George?
Aquella dulce voz, no era nada menos que de su misma esposa. Las lágrimas no pudieron ser retenidas por el guerrero, la felicidad de oír la voz de su amada era algo reconfortante; pero el no poder verla, era algo muy decepcionante. Aquel sentimiento no le dejó responder a la pregunta de su querida esposa. No porque le asustaba contarle sobre un espíritu, si no por el hecho que tal suceso solo lo haría ver como un loco.
—Ambar, al fin podrá conocer a su padre —menciono la mujer con alegría y satisfacción.
George quedó pasmado tras la noticia que le dio su esposa, la alegría de ser padre llego a él. Tras un largo viaje, el corcel paró frente a una cabaña alejada del pueblo; la dama bajó primero para después ayudar a su soldado herido, y con la fuerza necesaria logró ingresarlo al interior de la casa que una vez fue su hogar, y de repente. unos pequeños pasos corrían apresuradamente hasta su esposa.
—Cómo estás princesita, quiero que conozcas a... —la mujer fue interrumpida por un grito de la pequeña niña que tenía entre sus brazos.
—¡Papá! —grito la niña con lágrimas en sus ojos, tratando de zafarse de los brazos de su madre para llegar hasta el hombre.
El guerrero se vio pasmado ante el acto de la pequeña. Y mientras su mejillas se mojaban por las lágrimas, correspondió el abrazo de su hija; después de un cariñoso abrazo dirigió sus ojos cegados hacia donde era seguro que estaría su mujer.
—¿Dime cómo es? —preguntó triste George.
—Ambar, es una niña hermosa, de  piel blanca, con cabello castaño; pero tiene algo muy singular, posee unos preciosos ojos dorados, que deseo algún día puedas verlos —respondió melancólica a su esposo.
Ahora tiene una razón suficiente para aceptar el trato del espíritu Scov, olvidando su orgullo y terquedad, ya no le temía a la muerte. Él sabía que le quedaba poco tiempo de vida, tiempo suficiente para realizar la petición para el causante de su ceguera y conseguir al menos un día para observar la dulce mirada de su hija Ambar de apenas 4 años.
Empezó su vida siendo ciego, ya no le era posible seguir siendo un soldado. Consiguió a alguien quien le ayudara  a tocar un instrumento sin importar su defecto, y después de las clases pasaba un tiempo con su hija Ambar, de  ahora, 7 años recién cumplidos. Con ella practicaba lo aprendido, cada tarde le tocaba alegres tonadas, o le cantaba las más bellas melodías que podía. Pero todo aquello no le parecía ser suficiente para demostrárselo a Scov; no sentía que sus melodías creadas eran dignas para un espíritu del bosque, sin importar cuanto removiera el alma de la gente, para el seguían siendo simples melodías sin algo en especial.
Una noche mientras dormía sintió un fuerte dolor en su pecho, haciéndole despertar; pensó que su vida está cerca de terminar, y aún no ha conseguido una melodía para Scov. Pero de repente, una dulce tonada era cantara por una delicada voz que se escucha en las afueras de su casa; con sus mayores esfuerzos intentó no chocarse en la oscuridad,  llegando hasta la puerta de su hogar. Aquella tonada era la más hermosa que nunca pudo escuchar, cada nota y entonación era tranquilizante para el alma, no era alegre ni triste, simplemente expresaba pureza e inocencia. George se mantuvo escuchando en silencio, hasta que la melodía cesó para después oír la misma voz,  hablarle.
—¿Padre?
—Tu voz es la más hermosa que he podido  oír;  pero no me basta con escucharte,  aún deseo verte. Utilizaré tu melodía en mi flauta para dedicársela a Scov y al fin poder verte a los ojos y despedirme antes de morir, —su voz era quebradiza y alegre— mi querida Ambar.
George decidió cual era la melodía perfecta que satisfacería a Scov, y en su memoria recordó cada nota de aquella canción, tocándola en la flauta; ya era hora, su tiempo se acababa y él lo sabía  muy bien. Con un pequeño bastón y su flauta, se dispuso a salir de su hogar hacia el bosque donde perdió la vista y donde la recuperaría. Después de una larga caminata, le pareció raro no haber chocado contra ninguna roca o rama, pero sus pensamientos se detuvieron al sentir la neblina húmeda cubrir su cuerpo.
—Tal como dijiste, accedí a tu pedido —dijo serio pensando tener al espíritu en frente.
—Estoy detrás de ti —Scov se presentó ante  las espaldas de George pronunciando una suave risita— puedes comenzar cuando desees.
Cerrando sus ojos grises como la niebla, empezó a tocar la melodía que su hija cantó. Cada nota, la tocó con la mayor seguridad, como si fuera de su propia creación, haciendo llegar aquel hermoso sonido hasta el espíritu. Creyéndose victorioso, George termino la melodía, esperando la respuesta de Scov.
—Una hermosa melodía, eso no lo puedo negar —con una voz tranquila y seria comenzó a hablar— pero sé muy bien que no es de tu creación. Si recuerdas bien, te dije que fuera hecha por el mismo corazón. Aquello fue algo que compusiste según lo que tu hija cantó con su corazón; la inocencia es algo tranquilizante y está en esa melodía, algo que tú no tienes sin duda —las palabras de Scov se volvieron más serias e insatisfechas— toca una que en verdad creaste por tu corazón, y no trates de engañarme si prefieres ir al cielo o al infierno.
El aire soplaba con mayor fuerza, haciendo temblar a George. Él tenía varias melodías compuestas por él mismo y su corazón; pero no sintió que alguna era digna para Scov. La angustia lo torturaba, ya no había opciones y tocó la primera composición que alguna vez creó después de su ceguera.
—Tengo una melodía, que expresa lo que mi corazón una vez sintió. —dijo con la mayor seguridad posible.
Y posicionando otra vez la flauta entre sus labios, empezó a tocar otra melodía diferente a la primera. El sonido era suave y melancólico, se expresaba soledad y tristeza en cada nota. Lo que sentía George era transmitido hacia el espíritu, y después de aquel largo tiempo la melodía terminó. El flautista por segunda vez esperó la respuesta de Scov.
—Has conseguido éxito, joven George —la voz cambió a una alegre y cariñosa— Eso realmente ha sido de tu creación. No solo has cumplido mi petición, sino que llegué a identificarme en tu melodía; pero este pedido no era solo para mí, esta melodía era el bosque para así calmar su alma durante la eternidad.
La neblina empezó a esparcirse en el momento que Scov terminaba sus palabras, y con un viento fuerte, la neblina desapareció por completo y con ella el espíritu del bosque. Los ojos de George parecían retornar a  la nitidez, y después de un parpadeo, observó los primeros rayos de luces del amanecer; los árboles y el inmenso cielo que yacían encima de él. Con gran alegría empezó a correr para llegar hasta su casa; el sendero se hacía cada vez más corto y al estar cerca de su hogar, observó como una pequeña niña jugaba cerca de un arroyo.
—¡Ambar! —grito con alegría mientras corría hacia la niña para abrazarla— al fin  puedo verte mi pequeña princesa.
En el pasto cerca del riachuelo, George permaneció abrazado a su hija que ya podía observar. Con una separación de su parte, posó su mirada en los ojos de su hija.
—Eres tan hermosa como dijo tu madre —dijo tranquilamente.
Después de aquellos sucesos que vivió, empezó a componer melodías muy hermosas, que la gente admiraba por completo; pero había una especial que George tocaba cada mañana en dirección del oscuro bosque y en una oportunidad su hija le preguntó:
—¿Para quién es esa melodía que tocas diariamente?
—Eso que siempre escuchas en mi flauta —respondió alegre el viejo George— es una melodía para el bosque.
Seudónimo: Kami-Cham