El último tren


EL ÚLTIMO TREN

Las vías del tren recorrían la ciudad de punta a punta. Pero ella solo viajaba al centro de la localidad. Le encantaba viajar en ese tren, ese tren oxidado y viejo, con los asientos rotos y ventanas pegadas. El tren que pasaba por la estación a las 03:00 de la madrugada. Ese tren en el que pasó su infancia y le traía tantos recuerdos. Es que era en aquel lugar, donde su vida había cambiado. Y donde, nuevamente, cambiará por última vez.
Viajar en tren, en cierto modo, la tranquilizaba, la hacía recorrer todos los buenos momentos por los que había pasado, la ayudaba a pensar con claridad. Viajar en tren, era como revivir.  La palabra “tren”, para ella, significaba calma.
Saca el ticket en la boletería y espera su llegada en la estación. Verifica la hora en su celular, son las 02:57. No hay nadie en el establecimiento, las luces están todas apagadas menos la de la boletería de este tren. 
El silencio se hace insoportable y se percata de que el único sonido que hay en todo el alojamiento es el de sus zapatos. Descruza las piernas y deja los pies quietos en el suelo. Luego de unos segundos, el viento comienza a cantar, este golpea las ramas de los árboles y ellas provocan un movimiento brusco. El viento silba en los oídos de la joven, y asustada se coloca los auriculares para escuchar algo de música desde su teléfono y cortar el silencio abrumador. Selecciona su canción preferida y cierra los ojos para concentrarse en las palabras relejadas.
Tararea la letra y se detiene en seco. Se quita el auricular cuando alguien le toca el brazo. Se da vuelta asustada y se encuentra con el chico de la boletería, que le informa que el tren se demoró un poco por la nieve, pero que en media hora estará de regreso para abordarlo.
¿Nieve? No se había dado cuenta de que había comenzado a nevar. 
Asiente con la cabeza y observa como el hombre se aleja. Se vuelve a colocar los auriculares y observa como los copos de nieve cubren los árboles, la vía, los edificios y la ciudad completa.
Nieve. Hace dos años ella se encontraba pasando sus mejores vacaciones, disfrutando la nieve con su pareja, felices, tranquilos, con una vida sin complicaciones, viviendo a pleno su juventud. Nieve. Se convirtió solo en un triste recuerdo de lo que podría haber vivido a no ser por la otra. Nieve. Un recordatorio contante de aquello que tuvo solo un tiempo y no supo aprovechar al máximo, aquello que pensó que sería para siempre y no duró nada comparado con lo que ella creía. Nieve. Solo una palabra que le inunda la mente con imágenes de lo que hubiera sido un lindo presente, que en realidad es solo un triste pasado. Nieve. Una cosa llena de significado. Nieve. Un objeto grabado en su piel, un tatuaje que se hizo sin pensar y ahora es una marca que tendrá para siempre. Nieve. Odia la nieve.
Una lágrima recorre sus mejillas, la deja, intacta. El agua que cayó de su lagrimal se congela por el frio, siente la escarcha en la que se convirtió quemándole la piel. La deja, intacta. Prefiere sufrir su quemadura a quitarla, se lo merece, se merece sufrir. Sufrir como ella hubiera sufrido. Sufrir por lo que hizo, y también por lo que no. 
Una luz débil hace que sus ojos cambien de dirección, la observa haciéndose cada vez mayor. El tren se acerca. La luz se hace cada vez más potente hasta el punto en el que tiene que taparse los ojos con la mano porque le hace mal a la vista.
Al fin, su esperado tren. Camina lentamente hasta él y sube en su cálido hogar. Este si es su hogar. Es todo lo que necesita en estos momentos. Le entrega el boleto al maquinista y prosigue para ocupar su lugar. Todos están libres, pero a ella solo le interesa uno, su asiento.  El asiento de siempre. Ese asiento que vio y escuchó muchas cosas. Desde grandes abrazos hasta grandes peleas
Llega hasta él y lo encuentra ocupado. Una chica morocha, de ojos claros y una gran sonrisa le da la bienvenida y la invita a sentarse con ella. La recién llegada, asombrada, toma asiento a su lado. Suele sentarse del lado de la ventanilla y poner sus bolsos en el asiento del pasillo, pero esta vez no llega mucho equipaje, por lo que no le molesta ocupar solo un lugar.
Ella observa como su acompañante teje lo que parece ser una bufanda roja, lo hace muy entretenida, con una gran sonrisa en el rostro. La observa detenidamente, algo cambia. Tiene la piel muy pálida, los parpados caídos, parece cansada. Nota unas grandes ojeras bajo sus ojos y su sonrisa se desvanece en cuestión de segundos. Su rostro toma otro aspecto, arrugas se forman en la frente, alrededor de la boca y en las mejillas. Parece estar muy descuidada. La bufanda ya no está, lo que ahora se encuentra es sus manos en una lata de bebida energética y un cigarrillo en su boca. 
Que feo aspecto, parece que la hubieran pasado por encima con un camión. Parece una mujer muy desgraciada y resignada. Como si algo malo le hubiera pasado y no haya podido recuperarse. Su vida parece haberse desmoronado, como si nada le importara ya, a estas alturas. 
Ella siente pena por la mujer. Quiere ayudarla, pero no sabe cómo. Quizás si le habla, si le cuenta quizás ella la pueda ayudar.  Y se le hiela la sangre cuando escucha que la llaman por su nombre. El mismo nombre que ella posee. No tarda más de un minuto en comprender que se está viendo a si misma frente a sus ojos. Así es ella,  una persona fría, sin sentimientos. Una persona que perdió todo y ya no le queda nada. Una persona que se cansó  de luchar, y la debilidad ganó su última batalla. No es más que eso, una persona débil. Es increíble cómo, después de dos años de lo sucedido, aun no logra superarlo. Es como si con él, se hubieran ido las ganas de vivir.
Otra lágrima cae en la otra mejilla, la que no tiene una ya congelada. Esta no tarda ni medio segundo en convertirse en escarcha como la anterior. Comienza a temblar cuando se voltea para ver a la mujer y la encuentra más descuidada de lo que estaba. Con ropa sucia y rota. Con el pelo podrido por la falta de agua. Con la cara llena de tierra. Con una lata pidiendo limosna. Con todo su cuerpo temblando de frio y miedo. Con desesperación y hambre. Con necesidad y, otra vez, debilidad.
La primer mujer que vio, la alegre chica que la invitó a sentarse a su lado, la feliz joven que tejía una bufanda, no era más que su pasado, no era más que ella misma antes de todo lo que pasó. Era ella siendo feliz, hace mucho tiempo dejó esa persona atrás, para convertirse en la segunda mujer, la descuidada, la mujer cansada e infeliz que perdió todo y se cansó de luchar. Y la tercera mujer, es el puro reflejo de su futuro. El puro reflejo de en lo que se convertirá en cuestión de meses.
Vio pasar toda su vida en un minuto. Su pasado, su presente y su futuro. 
No puede ser así, no puede permitir que acabe de esa forma, no puede soportarlo.
Otra lagrima, esta no se congela. Esta se seca totalmente.
Y, casi sin pensarlo. Corre hasta la puerta, corre con valor, el valor que nunca tuvo cuando lo necesitó, el valor que aparece cuando ya no se requiere. Ese valor que va a acabar con todo. Y, toma todo su valor, y tras la última lagrima, la cuarta, salta del tren, aterrizando en la vía, donde la espera el siguiente vagón, el vagón que la salvará. El vagón que en su momento fue su lugar para pensar y relajarse, que ahora fue el lugar en el que sus ojos se abrieron y pudo ver todo lo que tenía que ver. Pudo ver la realidad. Y aunque no le guste, ya no hay tiempo para volver atrás. Está todo hecho. Y no puedo haber tenido un mejor final que ese. Llenarse de valor y ahorrarse toda esa desgracia que le seguía luego. Ya nadie tendrá que recordarla de esa mala manera. Todos, finalmente, la conmemorarán como la primer persona. Su lindo y añorado pasado.

Seudónimo:  Alfonsina