El testigo


EL TESTIGO
(Nara Virginia Tello Pinedo)
[I.E. N° 6096 Antonio Raimondi - San Juan de Miraflores - Lima]

La sangre fluía suavemente por la blanca nieve. Unos segundos antes se había escuchado un estruendo tan ensordecedor que parecía la explosión de una bomba.
Solo una persona había visto y escuchado lo que en realidad había pasado. 
Kai se encontraba solo en el bosque, había ido allí a pasar unos cuantos días para meditar, sobre algunos problemas personales y de amor que lo preocupaban: su padre, su novia, sus amigos, su trabajo, todo se había salido de control y habían terminado abandonándolo, su único apoyo: su madre, sus hermanas y su adorado perro Monggu. 
Su madre le había dado aquella casa en el bosque y sus hermanas el alimento suficiente para un mes, Monggu permanecía a su lado, acompañándolo. 
En aquel trágico y fatal día, se encontraba leyendo “Romeo y Julieta” y cuando ya estaba sumido es esa romántica historia, unas voces irrumpieron intempestivamente su momento de paz, poniéndolo alerta, al punto que sin darse cuenta, tiró el libro a tres metros lejos de él. Se dio cuenta que se trataba de una pareja; pero sus voces se escuchaban temerosas y con cierta repulsión al hablar.
Hablaban sobre escapar de algo o alguien al que llamaban D.O, el cual supuestamente había matado a tres personas y era el culpable de la desaparición de otras cuatro. Y así como las voces aparecieron, se fueron. Alejándose por completo, dejando solo un profundo silencio. 
Kai estaba paralizado, se quedó frio y no sabía que hacer al respecto ¡Había un asesino serial en la ciudad! Decidió entonces hacer algo que nunca pensó en realizar a sus cortos 22 años, seguir a las voces. 
Se puso el abrigo y salió al bosque, buscando a la pareja que minutos antes habían pasado cerca a su casa hablando del asesino. 
Caminó por mucho tiempo hasta que se puso el sol, incluso mientas caminaba, gritaba cualquier cosa para ver si alguien venía a su encuentro. 
Entonces, sucedió, todo fue muy veloz, el estruendo, las luces iluminando el cielo nocturno y por último… un pitido. 
Kai corrió, mucho más rápido que una gacela, al lugar de donde provenía el ruido y vio algo sumamente desagradable. Se trataba de dos personas muertas, tiradas sobre la hierba, tomadas de la mano, con señales de bala en la cabeza. Ella, pequeña, de cabello castaño, ahora rojo por la sangre que emanaba sin cesar del cráneo, tenía un rostro fino y manos delicadas. El, en cambio alto, con orejas extremadamente grandes, de cabello negro, también cubierto de sangre.
 Kai con gran temor, se acercó más y pudo ver en los dedos anulares de ambos, unos anillos de plata con grabaciones de las letras “B y C”. De pronto al escuchar un crujido, asustado, decidió irse de aquel lugar lo más rápido posible y dar aviso a la policía en cuanto llegase a la casa de bosque. 
Cuando por fin llegó, ya eran más de las 3:00 a.m., y apenas entró, una persona, cuya voz el conocía perfectamente, habló:
—De todas las personas en la ciudad… ¿tenías que ser tú?
—Diego, ¿eres tú?, ¿qué haces aquí? —preguntó Kai algo confundido. 
—¡NO! ¡TÚ QUE HACES AQUÍ! —gritó Diego. 
—Ok, primero cálmate. La verdad estoy aquí para pensar en qué diablos hacer con mi patética vida. 
—¿Y qué hacías a estas horas en el bosque?, ¿cazas animales o algo así? —preguntó Diego con cierto tono de curiosidad en su voz. 
—No, pero respóndeme, ¿Qué pasó?, ¿Por qué de la nada estas en la casa de mis padres?, ¿Cómo la conoces? —esta vez la voz de Kai dejo de ser cálida y pasó rápidamente a una más seca y fría.
—Solo pasaba por aquí y escuché unos ruidos muy fuertes. Me dio miedo así que decidí esconderme…
Mientras Diego daba, con dulce voz, sus extrañas explicaciones, éste había tomado entre sus manos unos de los candelabros que estaban sobre la mesa, y con un movimiento rápido, le dio un certero golpe en la cabeza a Kai. 
Kai se despertó adolorido y amarrado a una cama. Él pensaba que Diego, su más grande amigo de la infancia, le había robado; pero no, el destino le tenía preparado algo más que un simple robo, algo mucho más terrible para Kai y su familia. 
—Mi querido Kai, tú no tienes la culpa de nada. Solo de estar en el sitio equivocado. Me viste y aunque tú no me hiciste daño, igual tendré que matarte —dijo Diego entrando a la habitación con un gran bate de béisbol en la mano.
—¿Daño?, ¿quién?, ¿de qué hablas? —preguntó muy confundido Kai.
—Todos a los que asesiné se metieron conmigo de una u otra forma. Se metieron con mis padres, con mi corazón, con mis sentimientos, me hicieron bullying. Tú me apoyaste; pero solo los fines de semana. Y siempre decías… todo va a estar bien. Pero eso me ayudaba. Hasta que viste lo que pasó hoy en el bosque. 
—Yo no vi nada, ¿Acaso eres D.O., el asesino D.O.?  —esta vez Kai no creía nada de lo que pasaba, se negaba a creer lo que tenía frente a sus ojos. 
—Igual sabes lo que pasó, así que, aunque te quiera mucho y estime como el mejor amigo que tuve. Tengo que hacerlo. 
Esta es la parte más triste de este relato. Aunque Kai rogara por su vida y le pidiera mil veces disculpas a Diego, por todas las veces que lo hicieron sufrir, Diego parecía no escucharlo y cada vez le propinaba más golpes, sin piedad alguna. 
Al final, hallaron los cuerpos de Kai y los de la pareja en el bosque, cada uno tenía una nota con las letras “D.O”.

Seudónimo: Rigel Enif