"Cuero de chancho" de Orlando Mazeyra

TALLER: LECTURA A VIVA VOZ  (Texto sugerido)

1. TÍTULO: “Cuero de chancho”
2. AUTOR: Orlando Mazeyra Guillén
3. GÉNERO: Narrativo (Cuento)
4. FORMA DE COMPOSICIÓN: Prosa
5. RECOMENDADO: De 5to de primaria- Secundaria

A. Texto para el DOCENTE               [-- DESCARGAR --]
B. Texto para el ESTUDIANTE         [-- DESCARGAR --]
C. Presentación de diapositivas      [-- DESCARGAR --]
D. Fondo musical recomendado      [-- DESCARGAR --]
E. Sesión de clases                         [-- DESCARGAR --]

“CUERO DE CHANCHO”
—Toma —me dijo él—. Es de cuero de chancho.
Cuando cumplí diez años, mi padre por fin me regaló una pelota de fútbol. Parecía torpemente barnizada y los colores de sus paños me resultaban algo chocantes. Sin embargo, mi alegría no cabía en la alcoba.
Estuve tentado a hacer un par de piques para probar su peso y calidad, pero él me había prohibido, de manera tajante, «patear cualquier objeto dentro de la casa».
—La compré en la tienda del viejo Melquíades —informó con una sonrisa complaciente, que era muy rara en mi progenitor—. La conoces, ¿no? Queda casi llegando al puente Bolognesi.
—Voy al parque —dije, entusiasmado—, se la tengo que mostrar a mis amigos.
—No te vayas a quedar hasta muy tarde —me ordenó levantando la voz—.Y cuidado: no se vaya a caer al río...
Vivíamos en La Arboleda, debajo del Puente de Fierro, diseñado en el siglo XIX por el mismo Eiffel de la torre de París, con acero traído en barcos desde el lejano Detroit norteamericano. En alguna ocasión quisimos retar a esa bestia que se alargaba por la campiña, atravesando el río Chili, y disparamos el balón hacia el cielo, intentando hacerlo pasar por encima de su estructura: ¡éramos una patota pelotera! El fútbol absorbía buena parte de nuestras vidas y de nuestros sueños (de ser futbolistas, por supuesto).
—¡Miren lo que me regaló mi viejo! —les dije a Tony, Martín, los hermanos López, Julián y al resto de mis compinches.
—Está en algo —comentó el Ñato Zavala—. Hagámosla debutar de una vez. Cuatro contra cuatro. El que pierde se porta con la gaseosa de litro.
Jugamos toda la tarde hasta que Tony ensayó una chalaca que hizo al balón traspasar la malla que separaba el césped de las chacras, haciéndolo caer entre los maizales.
—¡Ya me cagué! —exclamé preocupado, imaginando la reprimenda de mi padre.
—No te hagas paltas —me tranquilizó Tony—. Hacemos entrar el agua de la acequia para que la haga flotar y la jale hacia fuera.
—¿Tú crees?
—Si quieres buscarla con linterna, va a ser por las puras huevas —me respondió Martín—. Nunca encontramos la pelota de Julián, ¿no te acuerdas?
Cayó la noche y la acequia ya había inundado toda la chacra. Huelga decir que mi pelota seguía desaparecida.
—Ya son las siete —les dije a todos—. Ahorita se aparece mi viejo.
El silencio de mis amigos era como su cómplice en algo que ya consideraban una tarea infructuosa.
—¿Dónde la compró? —preguntó Martín.
—Donde un tal Melquíades... en una de las tiendas que hay cerca del puente Bolognesi.
—¡Ah! —exclamó Tony—. Conozco el lugar... Podríamos hacer una chanchita y comprar otra la próxima semana, ¿qué te parece?
—Mi viejo no es cojudo —repuse—. Apenas llegue a mi jato me va a pedir la pelota.
—¡Entonces, caballeros! —sentenció Tony—. A lo hecho, pecho. Dile la verdad nomás.
—Pero tú fuiste el que la tiró —le increpé—. Me la tienes que pagar, Tony.
—¡No seas marica! —exclamó iracundo—. Todos jugamos: todos pagamos pato.
—Pero mi viejo me va a sacar la mierda.
—No seas cagón, los correazos no matan: el fútbol es para hombres—sentenció Tony—. ¿Sí o no?
Todos asintieron en silencio. Esa aquiescencia colectiva, la autoridad que tenía Tony sobre el grupo, era lo que más me irritaba. Todos estaban de acuerdo con él porque sabían que era el que tiraba más mecha. Cualquiera que lo contradecía se ganaba un buen golpe.
«Si mi papá me va a rajar, yo también tengo que pegarle a alguien», pensé para mis adentros y me acerqué intempestivamente a Tony y le propiné un puñetazo en el pómulo izquierdo.
Después, sólo recuerdo una lluvia de golpes. Caí al suelo y me cubrí el rostro.
—¡Para que nunca te olvides de tu pelotita! —fue lo que, angustiado y con los ojos cerrados, oí perfectamente antes de las dos últimas patadas en el estómago.
Todos se fueron con él.
Papá nunca vino por mí, tampoco mi madre. Al llegar a casa, la empleada me dijo que mi padre se había puesto mal y una ambulancia se lo había llevado al hospital.
—¿Por qué tiene sangre en la cara, niño? —me preguntó Martina.
No respondí nada y me puse a llorar.
A mi padre le había dado su primer infarto cuando apenas tenía 41 años. El proceso de recuperación fue lento, pero exitoso. A los tres meses, volvió a trabajar y el médico le recomendó empezar a hacer ejercicio moderado:
—Camine por lo menos una hora diaria y haga algo de deporte.
Él me propuso ir al parque a caminar y a patear un poco la pelota.

TALLER
1. Ahora que has escuchado ya gran parte del cuento “Cuero de chancho”, ¿cómo crees o te gustaría que acabe el cuento? Entonces escribe su final:
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* El maestro pide que los participantes o estudiantes lean el final que le han dado a la historia, todas las opiniones son válidas, no se trata de ver quien se acerca al verdadero final.

(AHORA VOLVEMOS A LA HISTORIA Y ESCUCHA EL FINAL DEL CUENTO)

2. RESPONDE A LAS SIGUIENTES PREGUNTAS
DIÁLOGO ABIERTO: Intercambio de opiniones.
- Tony, Martín, Julián y los demás vivían en…
a. La Arboleda, debajo del puente Bolognesi
b. La Arboleda, debajo del Puente de Fierro
c. La Arboleda, debajo del puente Grau
d. La Arboleda, debajo del puente Consuelo
- ¿Por qué Tony no fue a recuperar la pelota?
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- ¿Escribe dos razones del porqué le daba tanto miedo a Orlando decirle a su papá lo sucedido?
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- Qué opinión te meceré la actitud de Martín, Julián y los demás al ver que Tony y Orlando se peleaban.
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- La materia prima para construir el Puente de Fierro fue traído de…
a. España
b. Europa
c. Estados Unidos
d. París
(El cuento “Cuero de chanco” del autor Orlando Mazeyra Guillén se encuentra en el libro “Pre-textos para marcar la cancha” publicado el 2014)